La iglesia de Santa Mónica en Rivas Vaciamadrid ha causado un gran impacto en los ambientes arquitectónicos y ha recibido el premio al mejor templo de 2008 de la prestigiosa revista norteamericana Wallpaper por su sorprendente juego de prismas truncados.
Un milagro en acero corten. Así lo han descrito sus autores, Ignacio Vicens y José Antonio Ramos, debido a las múltiples dificultades que han tenido que soslayar para finalizar el proyecto. El obispado de Alcalá de Henares les transmitió el encargo en 1999 y no ha concluido hasta hace unos meses. Las dos primeras propuestas fueron rechazadas y, según reconoce Ignacio Vicens, “fue una pena porque pensamos que, desde el punto de vista de la adecuación a las normas litúrgicas del Vaticano II, eran mucho más interesantes”. La iglesia está enclavada en un solar “imposible de edificar, un resto de urbanización, estrecho y largo, que no servía para nada y, por lo tanto, se cedió al obispado”.
La forma de la parcela exigía una disposición direccional, a pesar de que la participación de los fieles en la liturgia se facilita con esquemas centrales y no direccionales. Para resolver este inconveniente, los arquitectos recurrieron a la Historia y retomaron la idea de Bernini en ese templo fascinante que es Sant’Andrea al Quirinale. La planta es una elipse en la que el eje menor es el principal y el mayor, el subordinado. “También nosotros”, explica Ignacio Vicens, “forzamos la entrada por el eje menor y colocamos en él la sede, el ambón y el altar. Así concentra toda la densidad jerárquica”. A los lados se sitúa el pueblo, en el eje mayor, democrático. De esta manera consiguieron que el altar estuviera en el entro, como está especificado, y todos los asistentes lo vieran perfectamente y se viesen entre sí. Un espacio físicamente longitudinal se convertía, de este modo, en un espacio centralizado.
Para aprovechar al máximo la superficie construida desarrollaron un edificio continuo que unifica las viviendas de los sacerdotes y el centro parroquial con el templo. La cabeza del edificio explota en unos lucernarios que marcan al exterior el presbiterio y son la pièce de résistence del templo y forman un retablo de luz muy interesante. Esta fachada norte es realmente impactante.
Está formada por una serie de prismas truncados que llevan claridad al retablo de luz que sustituye al tradicional retablo detrás del altar. Esa misma fachada hace convivir en el ventanal más alto el campanario, que queda así absorbido por el propio edificio. Este juego de formas geométricas y de abstracción pura componen un edificio sorprendente y de reminiscencias maquinistas. La iglesia está íntegramente revestida de acero corten, un material que cambia con el tiempo y confiere a la fachada un aire oxidado.
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