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Francisco Mangado: «El paso del tiempo singulariza y otorga solidez a una obra arquitectónica»

Enfrentarse al mundo de la banalidad, el mercado y la especulación a la que se ve sumida la arquitectura a día de hoy es un reto que Francisco Mangado tiene siempre sobre su mesa de trabajo. Crítico con la situación actual y abanderando una inmensa capacidad de reflexión, el arquitecto nos muestra en esta entrevista su mirada más sincera, sus inquietudes y los valores que respaldan su arquitectura. La ambición y la oportunidad no faltan en su diccionario.

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©Juan Rodríguez

¿Podemos ser optimistas cuando hablamos de arquitectura? ¿Cómo concibes el panorama actual en España?

Particularmente, prefiero hacer un análisis realista. En cierta manera, estamos como siempre, pero ahora de una manera mucho más intensa y rápida, en un proceso de transformación social, económica y cultural, que también se traslada a la arquitectura.

En nuestros días, la arquitectura es fruto de una serie de procesos absurdamente complicados, que no complejos, muy estructurados desde un punto legal y burocrático, donde buena parte de la independencia de la que gozaba la disciplina, aquella en la que radicaba el origen de los más importantes valores de algunas arquitecturas (entre ellos la española), están siendo diluidos en decisiones exógenas que, poco o nada, tienen que ver con nuestras preocupaciones: la ciudad, la calidad de lo construido, el valor de lo público… Hoy las decisiones respecto a la ciudad y la arquitectura han dejado de ser en buena medida ideológicas —en el sentido de tener voluntad y objetivos arquitectónicos—, no están inspiradas por el espacio público, la calidad en el diseño urbano… o han dejado de guiarse por la voluntad política de servir a lo común. Muchas de las decisiones respecto a la ciudad están más centradas en el beneficio de los fondos de inversión que del ciudadano.

En fin ¿estoy siendo muy pesimista? Junto a ello, creo sinceramente que tenemos una generación de jóvenes arquitectos estupenda que, de manera callada e individual, se sublevan contra todo ello. Esta es la parte optimista.

Mejores ciudades, mayor calidad de vida, ¿qué rol juega el arquitecto en los espacios que habitamos?

Resulta preocupante la desideologización de la arquitectura y de muchos arquitectos generada en los últimos años. Es verdad que la crisis económica reciente ha hecho que nos preocupemos básicamente de la supervivencia olvidando el debate. Algo que, por cierto, es paralelo a la falta de voluntad existente en los poderes públicos que, en buena medida, han aceptado los presupuestos derivados de un mercado financiero voraz en lo que a la ciudad se refiere. Una de las cosas de las que puede estar orgulloso este país es de cómo durante muchos años, tras el advenimiento de la democracia especialmente, se produjo una alianza entre el poder político y los arquitectos que se basaba en una idea indiscutible de la dimensión pública de la ciudad y cómo la arquitectura se podía instrumentar con este objetivo. La cualificación del espacio público, de los edificios públicos o privados, los concursos de arquitectura… En definitiva, la cualificación de la ciudad y sus desarrollos eran objetivo común y los arquitectos éramos grandes “aliados” ideológicos y operativos en esta operación.

Pues bien, creo que esto se ha perdido. Me gustaría que fuera coyuntural y que, seguramente de manera distinta pero con los mismos objetivos, fuéramos capaces de recuperar esta alianza. No se puede prescindir de los arquitectos si queremos hacer una ciudad mejor, de la misma manera que los profesionales, a pesar de la situación actual de transformación y adaptación en la que vivimos, no podemos prescindir de la ambición. Una ambición que no tiene por qué ser grandilocuente, propia de las grandes decisiones, sino en ocasiones de las más menudas que, precisamente por ser ambiciones e influir en el entorno, incluso en el más inmediato, adquieren sentido de lo que yo he definido en alguna ocasión como gran escala.

Palacio de Congresos y Hotel de Palma de Mallorca. ©Roland Halbe

Cuando se acepta un encargo es importante resolver un problema real, pero también dotar de belleza arquitectónica, ¿cómo se refleja esto en tu manera de proyectar?

No existe dicotomía ni contradicción en ello. El problema de lo real es parte de la arquitectura misma. La realidad no es un problema que juega en contra. La realidad y los problemas en ella implícitos, que hay que resolver, es el mejor crisol para hacer arquitectura. La realidad es una gran oportunidad, siempre se lo digo a mis alumnos. Lo que es fundamental es cómo miramos y apreciamos esta realidad, ha de ser con sentido crítico, generoso, que la cuestione. Una respuesta a una visión de la realidad banal es arquitectónicamente vulgar. Una respuesta a una visión que niega la realidad es una ingenuidad, cuando no una barbaridad. La inteligencia, sensibilidad y la voluntad de ver de manera distinta son fundamentales para hacer la arquitectura en la que creo. Y es aquí donde para mí reside también la belleza arquitectónica. Hablamos pues de realidad y belleza como parte de una misma cosa.

“La realidad y los problemas en ella implícitos, que hay que resolver, es el mejor crisol para hacer arquitectura”

¿Cómo consigues dotar de imagen e identidad los proyectos que llevas a cabo?

Sinceramente, la imagen y la identidad creo que no han de ser un objetivo en sí mismas. Claro que puede haber una voluntad de ofrecer algo especial, pero no estoy seguro de que la obsesión por la imagen y la identidad tal como se entienden básicamente hoy, de una manera bastante inmediata y solo visual, sea interesante. En nombre de esta manera de ver la arquitectura se han producido desmanes increíbles y arquitecturas cuyo único objetivo es pelear entre ellos para ver quien hace la cosa más “novedosa”. Esto es una pérdida de tiempo, entre otras cosas, porque esta “supuesta” novedad acaba en sí misma en el momento que mañana se hace algo todavía más “extraño”. Es una carrera estéril que acaba en sí misma. La identidad tiene que ver más con el paso del tiempo que con la novedad. Es este paso del tiempo el que singulariza y otorga solidez a una obra arquitectónica, sin duda. En este sentido, la identidad de un proyecto radica más en los fundamentos que están detrás del mismo, ideológicos, intelectuales, pero también en relación con cuestiones como el programa, el espacio, la técnica o la construcción que utilizamos, la capacidad para significar…en fin, todo aquello a partir de lo cual podemos investigar y puede actuar el tiempo para otorgar auténtica identidad. Desde luego, mucho más que sobre la “especulación” de lo efímero y banal a la que tan acostumbrados estamos durante los últimos tiempos.
En todo caso, la identidad es un concepto que me parece fundamental cuando hablamos de arquitectura. Lo que ocurre es que hoy se ha banalizado demasiado su significado.

Museo de Bellas Artes de Asturias. ©Pedro Pegenaute

¿Qué peso tiene la materialidad en la arquitectura? ¿Qué materiales no pueden faltar en una obra de Francisco Mangado?

La materialidad es algo que no se discute en la arquitectura, forma parte de la esencia de la misma. La arquitectura es construcción y materialidad, aunque no llegue a construirse. Puede haber arquitectura que quede en los dibujos, pero otra cosa distinta es entender que esta nace y se dibuja para ser construida.

La materialidad adquiere un sentido conceptual que va más allá del simple uso de los materiales. Una cosa puede ser pesada o ligera. Opaca, transparente o traslucida. Y pueden ser varios los materiales o la forma de trabajar los mismos que dan lugar a estos conceptos. Por eso la materialidad es un concepto ligado a la fase ideológica del proyecto, a la génesis del mismo. Este concepto de materialidad puede desatar el proceso inicial a partir del cual se van integrando las otras decisiones o partes que entran en juego en un proyecto. De todo ello se deriva también que es difícil hablar de predilección por un único material. Me encantan los materiales, especialmente los más tradicionales, o más atemporales por ser más exactos. La madera, las piedras, los metales, el vidrio, el barro, la cerámica… y otros muchos que siguen demostrando su capacidad para interactuar con el arquitecto siempre aportando algo nuevo y de manera muy contemporánea. Se trata de materiales que han aceptado las nuevas técnicas aplicadas a los mismos generando nuevas maneras de expresión y aprovechamiento insospechadas. Piensa, por ejemplo, en la madera y todas sus nuevas aplicaciones a partir de los tableros.

Así pues, no se trata de que falte un material u otro en mis proyectos. Los materiales están bien o no en función de los objetivos, pero en mi trabajo la reflexión acerca de la materialidad está siempre presente.

“La inteligencia, sensibilidad y la voluntad de ver de manera distinta son fundamentales para hacer la arquitectura en la que creo”

Creación, pensamiento y economía se dan la mano con la arquitectura gracias a la entidad de carácter cultural que fundaste hace una década ¿qué papel jugáis en ese tejido interdisciplinar?

Siempre he creído que la arquitectura implica relación y conocimiento respecto a otras disciplinas. Ello forma parte de su riqueza y de su complejidad, pero también de su vocación social. La arquitectura nace para servir. Por cierto, no es lo mismo servicio que “servilismo”, que es precisamente lo que hoy abunda en función de las tendencias del mercado, sean estas especulativas o persigan un objetivo de vacuidad formalista. Ambas son iguales. Servicio tiene que ver con dar más de lo que la sociedad demanda. Incluso aunque aparentemente nos alejemos de la misma. En fin, un tema muy complejo que no todo el mundo comprende y en todo caso fácil de manipular. Lo que sí es cierto es que la arquitectura tiene y ha tenido siempre, en sus preocupaciones y objetivos, así como en su dimensión instrumental y operativa, una dimensión multidisciplinar.

Todas estas ideas nutren los objetivos de la Fundación Arquitectura y Sociedad que, a través de sus actividades y de la variada composición de la misma, incluyendo a personas que proceden del mundo de la economía, la cultura, la política y la arquitectura misma, pretende abrirse y dar a conocer un poco mejor el trabajo y los objetivos de la arquitectura hoy en toda su complejidad.

Edificio de Oficinas para Metrovacesa. ©Juan Rodríguez

En tu cartera encontramos proyectos vinculados al arte y la cultura, como el Museo Arqueológico de Álava o el de Bellas Artes de Asturias. Claridad en los accesos, diafanidad, facilidad expositiva… ¿cuál es tu prioridad cuando te enfrentas a este tipo de encargos?

Pregunta muy amplia sin duda. La verdad es que existen muchas prioridades que se dan conjuntamente. La evolución y la madurez del trabajo consiste precisamente en que, a pesar de esta diversidad de objetivos, los mismos puedan ordenarse de manera casi natural, siguiendo un orden de prioridad que tiene mucho de instintivo. Claro que existen las famosas ideas rectoras, pero pienso que las mismas llegan a conformar y a ilustrar tu trabajo. Algunos podrían decir que llegan a estructurar la parte más conceptual del proyecto, cuando se desarrollan de una manera sencilla, ni siquiera desde el principio, sino por agregación sucesiva, según se va desarrollando el proceso. Proceso que con el tiempo adquiere una condición autónoma dictando al mismo arquitecto el camino a seguir.
En mi caso, una de las prioridades claras resulta mirar el entorno, el sitio, intentar aprender de él. En un escalón superior estaría el contexto en el que el edificio va a estar. Un contexto que, como he dicho muchas veces, existe a priori al menos tanto cuanto se crea con el proyecto mismo. Leer y descubrir lo que tengo a mi alrededor me parece algo esencial. La circunstancia, cualquiera que sea, también puede llegar a tener un valor incalculable. La apreciación de todo esto que tenemos delante, no solo desde el conocimiento descriptivo sino también y sobre todo desde el intuitivo, al menos a mí, me resulta prioritario cuando me enfrento a cualquier encargo. Por supuesto, luego ocurre que los puntos de partida son, en algunos casos, más ricos que en otros.

“Muchas de las decisiones respecto a la ciudad están más centradas en el beneficio de los fondos de inversión que del ciudadano”

Sin salirnos de esta línea, háblanos del Palacio de Congresos de Palma de Mallorca, de Navarra o de Ávila, ¿qué elementos comunes comparten? ¿Qué hace especial a cada uno de ellos?

Pues diría, en coherencia con lo indicado anteriormente, que comparten básicamente el aprecio por la realidad de la que parten. Ambos utilizan aspectos técnicos, organizativos o funcionales que pueden ser comunes a un programa muy similar pero, sobre todo, lo que comparten es la idea de que la solución está en la manera de entender primero el lugar y luego el contexto. Esto último es donde radica a su vez la gran diferencia entre uno y otro, en la medida en que el resultado se hace eco de lo específico de cada sitio. Es esta especificidad la que permite dar lugar a lo propio dentro de una unidad que está muy lejos de transformarse en una suerte de identidad caligráfica, algo que traduzco como fácil y aburrido. El Baluarte de Pamplona es un proyecto “ciudadano” que ha de insertarse en una “trama” no del todo acabada de la ciudad y que, además, mira a una importante construcción histórica. En el caso de Ávila, la presencia de la muralla medieval parece hablarnos de una situación común con Pamplona, sin embargo no puede ser más distinta si pensamos en su condición fundamentalmente topográfica y en el lugar que ocupa en un paisaje abierto de la ciudad. Finalmente está Palma, un edificio muy particular si pensamos en las condiciones geométricas de la parcela en que se asienta y, sobre todo, en que es un edificio que mira al mar.

Es de destacar en tu portfolio viviendas sociales en zonas de nuevo crecimiento como Valdebebas, en Madrid, o Mendillorri, en Pamplona. ¿Cuáles son las grandes apuestas de estos proyectos?

La verdad es que trato de aceptar solo los proyectos de vivienda en la que existe una posibilidad de definir al máximo el espacio urbano adyacente, el que rodea al edificio. Esto es esencial. Teniendo en cuenta las normativas existentes que buscan transformar mínimos en máximos, la estructura mercantil de la vivienda no precisamente caracterizada por el riesgo salvo en contadas excepciones promovidas por lo público o por privados con una visión inteligente de la vivienda, no existe un marco donde los desarrollos tipológicos y constructivos aporten un gran valor añadido a la vivienda. Estos, tanto el tipológico como el constructivo, son aspectos que pertenecen a valores ligados a la eficacia, capacidad de adaptación a las diversas composiciones familiares a lo largo del tiempo, calidad constructiva y productiva, industrialización…Pero estas, aun siendo importantes, no deberían ser cuestiones difíciles. Son relativamente fáciles y si no se dan resulta bastante penoso.

Sin embargo, la capacidad para definir y gestionar el espacio público, la ordenación de los bloques y viviendas en términos de diseño urbano, generando así una secuencia desde lo más público –el espacio exterior–, hasta lo más privado –el interior de la vivienda-, es el instrumento más eficaz a la hora de dotar a la vivienda de un “plus” de calidad arquitectónica en todas sus acepciones.

Desafortunadamente, no siempre es posible y, en ocasiones, esta capacidad viene coartada desde decisiones urbanísticas impuestas a priori que no han tenido en cuenta este valor que la secuencia pública-privada tiene tanto para la ciudad como para la vivienda. Hacer un edificio donde solo se puede elegir un tipo arquitectónico razonable –no debería ser difícil elegir un tipo que funciona teniendo en cuenta los miles que existen en la historia reciente de la arquitectura y su ausencia no haría sino demostrar la falta de cultura arquitectónica o simplemente de habilidad existente en buena parte de los arquitectos–, o en el cual el problema se reduzca solo a ver quién hace la fachada más aparente o novedosa no me interesa demasiado.

¿Qué importancia tienen este tipo de conjuntos dentro del contexto urbano?

Pueden llegar a tenerlo muy importante pero básicamente, como te decía, depende de su proyección y dimensión urbana. Desde una perspectiva objetual su interés se reduce, y no es poco, a la eficacia y a su capacidad para mejorar determinadas condiciones vitales, constructivas y funcionales de la gente. Importancia cierta pero que de alguna manera resulta insuficiente si se pierde la oportunidad de ejercer un efecto de ejemplaridad, un efecto catalizador sobre la ciudad y sobre la dimensión social de la arquitectura.

Edificio de la nueva Sede de Norvento. ©Juan Rodríguez

¿Qué proyectos están sobre la mesa de Francisco Mangado a día de hoy? ¿Qué primas a la hora de llevar a cabo un encargo?

En este momento estamos trabajando sobre dos torres multifuncionales en la ciudad de Oviedo, así como en un conjunto urbano y edificatorio ocupando la estructura y los terrenos en los que se asienta la ferrovía en la preciosa ciudad de Bérgamo. También en un concurso recientemente ganado, en una biblioteca en “Legnano”, junto a Milán, y en la construcción de una Torre en Lérida, junto a mi amigo Ramón Sanabria. Y como siempre envuelto en distintos concursos de arquitectura.

Nada es fácil hoy en día, supongo que nunca ha sido. Pero la verdad es que me preocupa el cierto desprecio colectivo y la ignorancia respecto a lo que significa una buena arquitectura. Procuro elegir lo que me atrae o aquello en lo que intuyo alguna posibilidad de proponer arquitectura.

¿Hay límites para Francisco Mangado?

Claro y muchos. En mí mismo radica la principal fuerza y el mayor límite. La moneda siempre tiene cara y cruz. Y el paso de una a otra puede ser rápido.

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