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Lorenzo Chelleri: «Podemos alcanzar la resiliencia urbana si aceleramos y alineamos mejor el esfuerzo de mitigación y adaptación al cambio climático»

Lorenzo Chelleri es profesor de UIC Barcelona School of Architecture, presidente de la Red de Investigación en Resiliencia Urbana (URNet) y miembro del grupo de las Naciones Unidas encargado de poner en marcha el Instituto Internacional de Resiliencia Urbana. También participó en la última conferencia de Foros 2024 que organiza cada año la universidad UIC Barcelona School of Architecture, junto a Kengo Kuma.

Su trayectoria académica y profesional está marcada por su enfoque crítico hacia la gobernanza y planificación de la resiliencia urbana, habiendo sido investigador invitado en prestigiosas instituciones como el Brown International Advanced Research Institute, la Universidad Tecnológica de Delft, y el Basque Center for Climate Change.

Reconocido como uno de los investigadores más influyentes del mundo según el Ranking of the World Scientists de la Universidad de Stanford, su investigación se centra en la relación entre sostenibilidad y resiliencia urbana, abordando las complejidades y compensaciones de las transiciones a largo plazo en este ámbito, con estudios de caso en México, Bolivia, Marruecos, Europa y Asia.

Desde NAN Arquitectura hemos querido hablar con él sobre resiliencia urbana, y este ha sido el interesante resultado.

Como experto con muchos años trabajando en este campo, ¿cómo se define para ti la resiliencia urbana y por qué es importante para las ciudades modernas?

La resiliencia es un concepto muy vago, casi metafórico, que hace referencia a las “capacidades adaptativas”. La dificultad de definir resiliencia urbana comienza cuando nos preguntamos ¿quién o qué, en un sistema urbano, tiene esas capacidades de adaptarse, a qué?

Por lo tanto, resiliencia urbana hace referencia a las capacidades del sistema eléctrico (por ejemplo) de ser fiable y proveer suministro sin interrupciones; capacidades de la red de alcantarillado de tener suficiente cabida para no embozarse, en caso de lluvias excepcionales; las capacidades de los sistemas económicos locales de proveer oportunidades de trabajo y no hundirse en alguna crisis que haría que la ciudad perdiese ciudadanos; y, así, podríamos seguir nombrando retos de varios componentes de la ciudad, listando las capacidades necesarias para enfrentarse a ellos.

Así que, por un lado, la perspectiva de un concepto tan amplio como el de resiliencia, puede fomentar una respuesta proactiva en las ciudades, de cara a mejorar las capacidades de gestión y de planificación para enfrentarse mejor a los retos y riesgos (cualquier). Por otro lado, lamentablemente, cuanto más genéricos los conceptos, más difícil su aplicación y seguimiento (la evaluación de los impactos de las políticas de resiliencia es aún un reto).

¿Es un concepto importante? Creo que sí. Y ahora más que nunca, en una época en la cual tenemos que adaptarnos a crisis ambientales, económicas y digitales.

¿Podrías compartir ejemplos de ciudades que consideres líderes en la implementación de políticas de resiliencia?

Lorenzo Chelleri es profesor de UIC Barcelona School of Architecture

Todos preguntan y buscan ejemplos, para aterrizar a lo práctico un concepto tan efímero y generalista. Lo cierto es que como acabo de introducir, hay centenares de ejemplos dependiendo de qué reto tomemos como referencia, con el fin de poder ver las “capacidades de adaptación” a este reto.

Hay ejemplos muy exitosos como: Ciudad del Cabo, en Sud África, para ilustrar la reorganización en la gestión del agua a raíz del “Día 0” en 2018: cuando la peor sequía en cien años golpeó la ciudad durante tres años seguidos; París se está adaptando y transformando, haciendo frente a sus niveles de contaminación del aire, sacando los coches de muchas avenidas y mejorando la accesibilidad y calidad de aire; Róterdam y otras ciudades del norte de Europa dan ejemplos extraordinarios en la gestión de las inundaciones.

Pero, más allá de los retos climáticos, hay ciudades como Totnes, Bristol (junto a centenares de pequeñas ciudades en toda Europa) donde hay un ejemplo de “resiliencia urbana comunitaria” que debería llamar más la atención mediática, por la manera de capacitar a los ciudadanos hacia una economía más local, sostenible y basada en la cooperación y autosuficiencia (energética, alimentaria, etc.).

En este sentido, Barcelona (y Cataluña) está haciendo una gran labor a través del Ateneu Cooperativo, impulsando la capacitación de los ciudadanos y fomentando una economía más solidaria, responsable y cooperativa, capaz de autogestionar energía, agua, hogares, educación, entre otros servicios urbanos.

Volviendo al concepto de resiliencia urbana, ¿cómo ha evolucionado en la última década y qué cambios consideras podremos ver en el futuro cercano? ¿Cuáles crees que son las perspectivas actuales sobre su aplicación en entornos urbanos?

La evolución en los últimos 20 años, e incluso 30, ha consistido en pasar de una perspectiva de gestión del riesgo pura y dura (subordinada a la protección civil, y relacionada a posibles desastres y mecanismos de respuestas con planes de contingencia), a entender la resiliencia como un modelo de gestión urbana y urbanística, de gobernanza de la ciudad, que pretende abarcar un espectro amplio de retos urbanos, a los cuales la ciudad tiene que adaptarse y capacitarse.

El programa internacional “100 ciudades resilientes”, lanzado en 2013 por la Rockefeller Foundation como mecanismo de aceleración de la implementación del Pacto de Medellín sobre resiliencia urbana, ha servido para promocionar e incorporar la resiliencia como eje político-técnico de coordinación de las gobernanzas urbanas frente a los retos de la sociedad contemporánea.

El programa internacional “100 ciudades resilientes”, lanzado en 2013 por la Rockefeller Foundation ha servido para promocionar e incorporar la resiliencia

Entendemos que, desgraciadamente, hay muchos casos en los que el factor resiliencia ha sido obviado. Si hablamos de una mejora de la resiliencia en las ciudades existentes, o incluso en las de nueva construcción, ¿qué papel juegan los datos y la tecnología?

Yo creo mucho en la tecnología, y al mismo tiempo creo poco. Porque no es tanto la tecnología, si no cómo la aterricemos. Por un lado, la tecnología tiene un poder abrumador de cambiarnos la vida (y la vida urbana) en todos aspectos. Pensemos en el potencial tremendo que tiene el “block-chain” para dejar atrás intermediarios y promocionar la gestión compartida de información. Esto se traduce en potencial de co-gestión de datos, energía, dinero, recursos. Ya solo con esta tecnología, podríamos re-organizar nuestro sistema fiscal, de gestión de muchas infraestructuras y servicios, empoderando usuarios, rediseñando modelos de negocio y jerarquía de poder.

Sin mencionar la inteligencia artificial generativa que está re-organizando la eficiencia con la que podríamos ejecutar gestiones y manejar sistemas complejos de información (que son la limitación principal de la gestión de nuestras ciudades).

Por otro lado, la tecnología, per se, no produce cambios substanciales (y aún menos, cambios deseados) sin el apoyo proactivo de los usuarios. Aquí, creo, está el punto más crítico sobre el rol de la tecnología: vivimos en sociedades arraigadas a modelos culturales muy rígidos, donde las personas priman su propio beneficio y comodidades y, en general, asusta, o simplemente da pereza, cualquier cambio que no suponga un beneficio individual o inmediato.

Así que una tecnología de block-chain que puede descentralizar infraestructura empoderando a usuarios, como las nuevas herramientas de inteligencia artificial, puede que tarden mucho en entrar en la rutina de gestión urbana y urbanística – no obstante, el increíble impacto positivo que podría tener – porque supone una curva de aprendizaje, unos cambios de gestión y de poderes, que son “un Everest” para la mayoría de los ayuntamientos.

En España, como en otros lugares, se vive también de seguir vendiendo casas frente al mar con piscina (que rellenamos con agua potable). Mientras, declaramos emergencia por sequía y restringimos el uso de agua, al mismo tiempo que pedimos a Europa financiación para construir “tanques de retención” de agua de tormentas para evitar inundaciones (agua que luego se tira al mar, una vez pasada la tormenta). Por ello, el modelo cultural es la primera barrera de cara a darle un uso digno y útil a la tecnología que podría mejorarnos la vida.

¿Se pueden medir y evaluar las políticas de resiliencia urbana? ¿Cuál crees que es la manera más idónea de hacerlo?

Claro. Además, se puede hacer de una manera bastante precisa, aunque no sencilla.
Hay muchos modelos de indicadores que evalúan diferentes perspectivas de resiliencia urbana, incluida la gobernanza. Quizás la mejor respuesta a esta pregunta es responder con otra pregunta: ¿realmente se quiere evaluar, seriamente, a las políticas? Técnicamente no hay problema.

La resiliencia debe ser aplicada a todos los entornos. ¿Cómo consideras que las comunidades urbanas más vulnerables pueden ser integradas en los planes de resiliencia de manera adecuada?

Esta es una pregunta interesante. Si estamos de acuerdo en que la resiliencia es el conjunto de “capacidades para adaptarse a las dificultades”, cómo integrar a los más vulnerables en los planes de resiliencia debería de consistir en una “capacitación” de los más vulnerables, para empoderarles, y darles herramientas para adaptarse a los retos que los hacen tan vulnerables.

Educación y conocimiento de los riesgos y soluciones, apoyo técnico y económico, un enfoque de largo plazo de cara a reducir la exposición y sensibilidad de los riesgos es como se pueden incluir y sacar a los más vulnerables de su situación de exposición a los riesgos.

Lamentablemente, ningún plan y casi ninguna política hace esto. Creo que nos llenamos la boca del eslogan de las Naciones Unidas “leave no one behind” (no dejar nadie atrás). Seguramente, por nuestro sentimiento de culpa de hacer todo lo contrario. Vivimos en este sistema basado en una competencia desleal (regidas por ventajas de posicionamiento), machista y especuladora, un sistema diseñado supuestamente para acumular riqueza y privilegios, dejando atrás a los demás.

A nivel político e institucional, no nos ocupamos de los más vulnerables. Y si lo hacemos, se hace desde una perspectiva “asistencial”

Hace poco, junto con algunos colegas académicos, hicimos un estudio global sobre los planes de adaptación al cambio climático nacionales de 52 países, al mismo tiempo que otro grupo de científicos también hacia un análisis (una revisión científica, una evaluación) de todos los planes climáticos europeos. Los resultados recién publicados fueron aplastantes: poquísimo plan se ocupa de los más vulnerables. Quien lo hace, los menciona, de una manera “política”, pero luego no menciona medidas reales de cara a reducir estructuralmente la vulnerabilidad de esos grupos.

A nivel política e institucional, no nos ocupamos de los mas vulnerables. Y si lo hacemos, se hace desde una perspectiva “asistencial”. Desgraciadamente, no se está cambiando este modelo cultural, ni socio-económico con el fin de educar y dar herramientas, para mejorar la calidad de vida de los vulnerables.

Si hablamos de ciudades «Smart» y «Green», en términos de su efectividad para promover la sostenibilidad urbana, ¿cómo consideras esta asociación con la resiliencia? ¿Consideras que existen desafíos asociados con esta integración?

La relación es bastante directa, al menos conceptualmente. Para adaptarse a los retos climáticos y de calidad de vida, tenemos que adaptar nuestras ciudades a un sistema de monitoreo y control más eficaz (Smart city) y mejorar la calidad ambiental de nuestros barrios, es decir, hacerlos más verdes y sostenibles. 

Dada la interrelación entre la mitigación del cambio climático y la adaptación, ¿cómo crees que se podría lograr un equilibrio adecuado entre estas dos estrategias, y dónde encaja la resiliencia dentro de este marco?

Comienzo por el final. “Resiliencia climática” comprende tanto adaptarnos a corto plazo a los impactos que podemos sufrir, como mitigar a largo plazo sus causas. Por ello, pese a la redundancia conceptual, en cuanto resiliencia es sinónimo de adaptación, cuando hablamos de ciudades o estrategias de resiliencia climáticas hablamos tanto de adaptación como de mitigación del cambio climático.

Ahora, sí que es cierto, por nuestra manera de trabajar y gestionar las ciudades, que hay muchas veces incoherencias e incompatibilidades, o conflictos, entre adaptación y mitigación. Por ejemplo, para adaptarnos a una inundación construimos depósitos de retención de agua de lluvias torrenciales, en hormigón, bajo el suelo, que recogen el agua en exceso y la bombean terminada la tormenta a la depuradora, y luego al mar. Esta adaptación tiene un coste enorme de energía y en términos de emisiones de carbono. Es un claro ejemplo de conflicto entre adaptación y mitigación.

Hay muchos ejemplos de este tipo: una desaladora que nos saca de la emergencia de sequía, con una huella de carbono enorme por la energía que se utiliza en la producción de agua. Y también viceversa: producción de energía solar centralizada (que contribuye al plan de mitigación del cambio climático) que gasta una cantidad de agua escalofriante para la limpieza de los espejos en ambientes áridos (miren entre muchos ejemplos, el de Marruecos de la planta solar más grande del mundo en Uoarzazate, cerca del desierto) contribuyendo a incrementar el riesgo de sequia y escasez de agua.

De todas formas, estos ejemplos y evidencias, de las malas prácticas, desde el 2007 en los informes del IPCC se aboca para una integración de las estrategias de adaptación y mitigación, para evitar estos conflictos. Nosotros, con un grupo de expertos, publicamos en 2018 dos estudios que fueron las primeras guías de evaluación de las sinergias y conflictos entre adaptación y mitigación. También analizamos desde 2016 a 2018 unos 147 planes climáticos en Europa para ver el nivel de integración o conflicto, con resultados que os ahorro aquí, porque la imaginación más pesimista puede ser mejor que la realidad.

Pero sí, hay herramientas, hay metodologías, y manuales de buenas prácticas sobre cómo alinear adaptación y mitigación evitando conflictos y creando de hecho “co-beneficios” (o sea que una acción de adaptación pueda indirectamente crear un abanico de beneficios, más allá del solo objetivo de adaptación, y lo mismo vale para la mitigación).

En el panorama de las políticas de resiliencia urbana lo que suele ocurrir, es que haya “efectos indeseados colaterales”

¿Cuáles son las posibles malinterpretaciones de la resiliencia cuando se aplica a entornos urbanos, precisamente en términos de conservación y sostenibilidad?

Creo que lo mencionado anteriormente ya da una pincelada de hacia dónde vamos. Pero más que “malinterpretaciones”, en el panorama de las políticas de resiliencia urbana lo que suele ocurrir, es que haya “efectos indeseados colaterales”. ¿A qué me refiero? Pensad en un reto, un riesgo. Por ejemplo, en Barcelona, el alto nivel de polución, tráfico, mala calidad del aire, las olas de calor y las inundaciones en el centro. Una adaptación a estos desafíos son las “superilles”: brillantes modelos urbanísticos sostenibles que sacan los coches de las calles e incrementan infraestructura verde, capaz de mejorar la calidad del aire, retener el agua de la lluvia, proveer de sombra y un microclima que ayuda en verano a aguantar el gran calor. Todo ventajas.

Desafortunadamente, mientras reducimos con esta adaptación urbanística sostenibles los riesgos derivados por sufrir de calor o polución, indirectamente hemos creado, o incrementado otro riesgo, totalmente desacoplado de estos retos ambientales: el riesgo de exclusión social, inaccesibilidad a la vivienda, gentrificación. Debido a una pobre política de vivienda a nivel nacional y una cultura y mercado inmobiliario especulativo, muchas intervenciones de mejora urbanísticas producen mecanismos de especulación, subida de valor y precios de las viviendas, que se refleja en gentrificación y expulsión social de los supuestamente más vulnerables de los barrios.

Barcelona no es el problema, si no uno de tantos ejemplos. Recientemente, hay hasta una nueva “literatura” científica sobre este tema, definido “gentrificación verde”, o “gentrificación climática”.

En tu opinión, ¿cuál debería ser el papel de la resiliencia en el contexto de la planificación urbana y cómo puede contribuir a la creación de ciudades más sostenibles y adaptadas al cambio climático?

Desde hace muchos años que no solo en mi opinión, si no de la que ya es una visión bastante compartida en muchas redes de investigación sobre resiliencia urbana, el papel de la resiliencia debería ser el de promocionar políticas de “capacitación de cambio justo y sostenibles”, posiblemente alineados con los que son las nuevas condiciones tecnológico-ambientales globales.

Nuestras ciudades, reflejo de nuestra sociedad y cultura, se rigen aún con patrones totalmente desalineados con los recursos ambientales disponibles (y los límites ambientales planetarios) y en muchos países sin tener en cuenta las necesidades básicas de las personas (como un derecho a vivienda y recursos básicos).

La planificación, y aún más las políticas urbanas, pueden integrar esta perspectiva de “cambio capacitador” que aboca la resiliencia, asumiendo que cambio significa dejar atrás patrones obsoletos, y remodelar estructuras de poder, derechos de uso, explotación de nuestro sistema territorial. La verdad es que suena todo muy teórico, conceptual, complejo, más que pragmático o técnico. Pero de esto se trata cuando hablamos de “resiliencia urbana” (y no de adaptación a un riesgo en concreto): entender que las capacidades adaptativas de un sistema complejo como lo urbano son múltiples y potencialmente conflictivas o sinergéticas, por lo que la gestión de estas posibles adaptaciones, cual es deseada, cual produce conflicto, es el paragua de gobernanza urbana complejo y necesario.

Para finalizar, ¿consideras que los urbanistas y las políticas actuales están adecuadamente preparados para diseñar ciudades resilientes? ¿Qué herramientas y tecnologías podrían utilizar para este fin y cómo se podría mejorar la transferencia de conocimientos?

Definitivamente no estamos preparados, y este no es un punto de vista personal.
Hay unas “chispas aisladas” de buena voluntad desperdigadas por los ayuntamientos de varias ciudades, pero hasta en Malmo o Nueva York hay una maquinaria técnico-burócrata que conjuntamente al cortoplacismo político dificulta la mayor parte de las políticas de resiliencia de largo plazo.

Falta motivación, concienciación, a nivel personal, técnico y político. Falta capacidad técnica, en las instituciones. Europa es un continente viejo, hecho de miles de pequeñas ciudades y pueblos que necesitan rehabilitación en sus infraestructuras y viviendas, y sistema de gestión, que en general tiene poca capacidad, formación y recursos para enfrentarse dignamente a las crisis que estamos viviendo.

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