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Julio Touza: “La vivienda social es el gran motor que orienta mi vida profesional”

Las estanterías repletas de libros que asoman por cada rincón de su estudio, en el centro de Madrid, revelan que Julio Touza es un arquitecto ávido de conocimientos y nuevos retos profesionales. En sus más de cuarenta años de trayectoria, ha generado un volumen superior a 2.400 proyectos, una imponente cifra que denota su fiel compromiso y constante dedicación a una disciplina por la que se desvive los 365 días del año. La singularidad y exclusividad se impregnan en el ADN de su apellido.

Fotografías: Alfonso Quiroga

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Tu mano derecha en el estudio es tu hijo, una prueba más de la pasión con la que vivís la profesión bajo la firma Touza. Dos generaciones y una misma visión, ¿qué valores respaldan vuestro apellido?

El estudio Touza Arquitectos se materializó cuando inicié mi trayectoria profesional —hace ya 45 años—, una labor que compaginé con mi actividad docente en la ETSAM durante casi una década. El despacho empezó a crecer y me vi obligado a abandonar la escuela, pero nunca ha dejado de lado esa vertiente educativa que me ha acompañado toda mi vida. Ya sea a través de charlas, conferencias, debates, mesas redondas, o incluso algún curso de posgrado.

Con ello, quiero demostrar que hay una parte intelectual, divulgativa y docente que está en mi ADN, en mis genes, y tanto Julio como yo la tenemos presente en todo momento. Y, por supuesto, nos une la profesionalidad, la honestidad, el trabajo bien hecho, un compromiso ético, un amor por la arquitectura inimaginable y una dedicación plena.

Más de cuatro décadas y 2.400 proyectos a vuestras espaldas, ¿cómo asimiláis tal cantidad de obras? ¿con qué os quedáis?

Independientemente de su dimensión, cada proyecto nos aporta algo diferente. Lo que es innegable es que todo es posible porque hemos conseguido hacer un equipo de grandes profesionales muy bien engranado. Me gusta que la arquitectura palpite en sus neuronas, que se sientan parte del proyecto. Un jugador si es brillante gana un partido, pero una liga la gana un equipo.

Y otro factor determinante es el tiempo, trabajamos muchas horas. En mi caso, duermo unas cuatro horas al día, todos los días del año, no necesito más. Es muy fácil encontrarnos aquí a Julio y a mí trabajando de madrugada.

¿Cómo sintetizarías el desarrollo del estudio desde su fundación? ¿Cuánta gente conformáis el estudio actualmente?

Por avatares de la vida, el arquitecto Enrique Nafarrate se cruzó en mi camino y decidimos conformar un pequeño estudio que fue creciendo poco a poco. Cuando él regresó a México, su país de origen, nosotros ya éramos entre 8 y 10 personas, con una estructura tradicional: delineantes, un aparejador, una secretaría, dos arquitectos auxiliares y un arquitecto titular, que en este caso era yo. A partir de entonces, comenzaron a incorporarse arquitectos que no solo delineaban, sino que creaban, y empezó a profesionalizarse más el estudio. Y, de pronto, emerge la informática, que coincide casi con la incorporación al estudio de mi hijo Julio como arquitecto, hace ya veinte años. Por entonces éramos 20-25 trabajadores, y ahora por encima de las 60 personas. Una cifra en la que no están incluidas las ingenierías. Antes de que Julio se uniese al despacho, según marcaba la tradición, proyectábamos, calculábamos estructuras e instalaciones, valorábamos ofertas y, finalmente, configurábamos globalmente el proyecto en su totalidad. Desde hace más de dos décadas, contratamos permanentemente ingenierías que participan con nosotros en todos los proyectos.

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Junto a su hijo, Julio Touza Sacristán, lidera uno de los estudios más importantes de España.

¿Qué tipo de profesional trabaja en Touza Arquitectos?

Hay aparejadores, delineantes, muchos arquitectos —más de 30—, administrativos, diseñadores, ingenieros… Fundamentalmente, nos dirigimos a tres ámbitos: el urbanismo, la arquitectura y el diseño de interiores.

Aparte de la de Madrid, ¿tenéis pensado abrir alguna otra sede?

Abrir otro estudio exigiría una mecánica legal de despachos que me quitaría tiempo para ser arquitecto y tendría que dedicarme a ser gestor, algo a lo que me niego. Por ejemplo, en el caso de Vietnam, conseguimos que nos presentaran a los principales estudios de arquitectura de Hanói. Nos reunimos y visitamos a esos arquitectos, llegamos a un acuerdo con el que entendíamos que era el mejor y le propusimos colaborar. Así hacemos en todos los países en los que tenemos proyectos.

Tampoco es buen momento para moverse de Madrid teniendo en cuenta los grandes encargos que estáis desarrollando aquí. ¿Hay algún proyecto por el que sientas cierta predilección?

Hay un proyecto de remodelación urbana en el que he depositado mucha ilusión que consiste en mejorar el entorno denominado “Paseo de la Dirección”, un recorrido serpenteante, sinuoso y dificultoso cercano a Plaza de Castilla, a Bravo Murillo y a la Castellana. El borde del paseo genera, además, una magnífica cornisa sobre el Parque Rodríguez Sahagún, mirando a Puerta de Hierro, a Ciudad Universitaria, a la Dehesa de la Villa y al horizonte de la sierra de Madrid. Un emplazamiento único que tras un arduo proceso urbanístico en el que fuimos partícipes, permitirá que a través de pequeños rascacielos singulares, se reconvierta este espacio en todo un referente iconográfico, atrayente y capaz de revalorizar las viviendas de la zona. Esta ilusión se ha consolidado en el proyecto Skyline con dos torres residenciales que hemos presentado recientemente, de la mano de Stoneweg como promotor.

¿Qué características tendrán esas edificaciones?

Son hitos arquitectónicos que van a tener singularidades muy especiales. No son grandes rascacielos, lo justo para ser un icono del barrio, cercanos a los 100 metros de altura cada uno. Serán dos torres residenciales, una para apartamentos en alquiler y otra para viviendas en venta. Serán edificios absolutamente sostenibles, con grandes ahorros energéticos. Además, se convertirán en un gran mirador de la ciudad, pudiendo disfrutar los vecinos de posiciones extraordinarias, con una piscina a casi 100 metros de altura cuya pared estará al borde del edificio de cristal.

En el ámbito residencial, nos encontramos con una buena parte de tipología social y vivienda protegida en vuestro portfolio, ¿qué prima en estas obras? ¿cómo respondéis al reto de optimizar recursos limitados?

La vivienda social es el gran motor que orienta mi vida profesional. Cada vez hay más personas que tienen que vivir y no tienen donde hacerlo, y eso solo se puede conseguir, sobre todo en las grandes ciudades, promoviendo vivienda económica y social. Los poderes públicos deberían responsabilizarse, pero hay casos, como en Madrid, donde apenas hacen nada y la necesidad es enorme. En este sentido, somos afortunados de contar con cooperativas, con las que he colaborado estrechamente. Siempre he sido un enorme defensor de la dignidad de la vivienda, llevando a cabo desde el estudio más de 30.000 viviendas sociales. Es mi compromiso con la arquitectura.

Y si nos pasamos a la otra vertiente, la vivienda de lujo, grandes proyectos llevan vuestra firma, ¿qué demanda este tipo de cliente?

Nos aventuramos con cierto éxito con ambas: por un lado, la vivienda social, la más comprometida con las necesidades de la gente, y por otro, la que podríamos considerar de capricho. En este segundo caso, la exigencia del cliente se orienta a la búsqueda de cualidades excepcionales, no les importa el precio y buscan que seamos avanzados en proponer cosas que sean poco comunes, que vayamos más allá. Vanguardia en estado puro. Hay varios tipos de cliente, desde el que te encarga un edificio nuevo en un lugar emblemático para asombrar y deslumbrar con sus caras viviendas hasta el que te encarga rehabilitar un antiguo edificio en una zona buena para hacer residencias orientadas sobre todo al mercado hispanoamericano millonario.

“La arquitectura puede ser tan espectacular como uno sea capaz de hacerla, pero nunca un espectáculo”

Ahora que hablas de la rehabilitación, ¿cómo os enfrentáis ese tipo de proyectos?

Conservando, poniendo en valor e intentando tirar lo que no vale. Con dignidad, con conocimiento profundo, con calma, precisión y estando encima de las obras. Es como una cirugía de detalle.

¿Y en el caso del urbanismo? ¿De qué manera os desenvolvéis en este campo a gran escala?

Dentro de este ámbito hay que distinguir dos facetas. En primer lugar, el urbanismo global, los planes generales de ciudad, del que yo huyo porque te atrae como una boa y trae consigo demasiadas responsabilidades: políticas, sociales… Me interesa más hablar de él, hacer crítica positiva del urbanismo de ciudad que hacen otros, dar soluciones y ayudar con mis ideas. Por su parte, y aquí sí que nos involucramos mucho, están los planes de ámbitos, de sectores, planes parciales, especiales, sectoriales, de mejora, de reforma interior, que abarcan a una parte de la ciudad o un punto concreto. Para ello, es indispensable definir un esquema global de lo que creemos que debe ser la ciudad desde el punto de vista de crecimiento, de desarrollo, de infraestructuras y de modelo. A partir de ahí, recurrimos a una colaboración externa, asidua y permanente, donde entran en juego expertos como sociólogos, abogados expertos en urbanismo, geógrafos o psicólogos urbanos, que son piezas clave para analizar los comportamientos en función del modelo de ciudad.

¿Qué requiere el ciudadano en este sentido?

Las ciudades deben crecer, desarrollarse, contenerse, defenderse, ilusionarse, siempre teniendo en cuenta que el alma es el ciudadano. Pero que la gente no se engañe, yo también lo soy. Sé lo que quiero en el lugar en el que vivo y las necesidades que requieren las urbes, no solo como arquitecto sino como ciudadano.

¿Qué proyecto destacarías en este ámbito?

Siento especial devoción por la Ciudad del Agua y la Energía, un parque tecnológico y empresarial situado en Rivas (aún no desarrollado) donde se pretende recuperar el agua de lluvia y construir un modelo productivo que cumpla con las exigencias de los acuerdos mundiales sobre sostenibilidad. Y, por supuesto, que el ciudadano pasee, disfrute, viva.

A día de hoy, ¿qué encargo le quita el sueño a Julio Touza? ¿En cuál estás más involucrado?

Estamos haciendo un proyecto muy curioso, “Casa Avintia”, que es una fundación para acoger temporalmente a familiares de pacientes ingresados con enfermedades graves. Teóricamente, es un encargo muy sencillo y, sin embargo, le estamos dedicando mucho tiempo y recursos. También estoy muy involucrado en la rehabilitación de La Alhóndiga municipal de Barakaldo, que se va a destinar a una Fundación de Trabajadores de la Siderurgia Integral. Es un edificio protegido, de unos 4000 metros cuadrados, en el que estoy depositando mucho cariño y horas.

Tampoco podemos dejar de hablar de Riverside, un nuevo foco de centralidad urbana a orillas del Manzanares. ¿Qué hace mágico este emplazamiento?

La Torre Riverside es, sin ninguna duda, un edificio iconográfico y simbólico. Como curiosidad, destacaría que en la planta 13, rechazada por los supersticiosos, se va a construir un jardín en el que, a través de un telescopio de corto alcance, los vecinos podrán disfrutar de las vistas del río. Por su parte, en la última planta, casi a 100 metros de altura, ese Madrid velazqueño que mira al cielo, estrellado por las noches y azul por el día, contará con un telescopio de gran alcance para poder mirar hacia las estrellas. Ese tipo de detalles vinculan la arquitectura con la ilusión de quien va a habitar ahí, quiero que los inquilinos se sientan protagonistas del lugar en el que viven.

“Abrir otro estudio exigiría una mecánica legal que me quitaría tiempo para ser arquitecto y tendría que dedicarme a ser gestor, algo a lo que me niego”

Miramos al río, a las estrellas, y ahora al futuro. ¿Qué le depara a la arquitectura de ahora en adelante?

La arquitectura ha tenido un tiempo de derroche excesivo, cada ciudad pugnaba por tener su propio Guggenheim, cada político quería llevar a su ciudad una muestra de lo que era capaz de ofrecerle sin importarle si era bueno o malo. Como consecuencia, España está cuajada de edificios abandonados, de polideportivos en pueblos de 200 personas que ni se utilizan ni se mantienen, de museos que nadie visita. La arquitectura puede ser tan espectacular como uno sea capaz de hacerla, pero nunca un espectáculo. La ciudad necesita orden, sosiego, paz, verde, remansos… En definitiva, una arquitectura con sentido común, racional.

No estamos en busca del próximo Guggenheim…

Por suerte o por desgracia, solo hay uno y nada más. Bilbao es otra ciudad desde el Guggenheim, ha sido magnífico, bello, extraordinario y vanguardista. Pero, a día de hoy, no es lo que se busca en los espacios que habitamos.

¿Y qué buscamos? ¿Cuál dirías que es el fin último de tu arquitectura

El fin último de lo que yo hago es el hombre, que se sienta satisfecho, que reconozca que hay alguien detrás de esa casa, de esa puerta, de ese jardín, de esa ventana, que ha pensado mucho para que él pueda ser lo más feliz que sea posible. Vivo pensando en hacer felices a los que van vivir mis proyectos.

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Sede corporativa del Grupo Empresarial CPS en Getafe.
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