La propuesta compone un conjunto sensible a las características específicas del lugar y trata de definir una nueva arquitectura con carácter e identidad propios que, desde el punto de vista urbano, resuelve la relación entre la proximidad del espacio natural cercano y el contexto urbano con condición de borde, duro y fragmentado.
Los dos equipamientos, claramente diferenciados tanto en su función como en la posición relativa de las parcelas que ocupan, se insertan en el paisaje pasando a formar parte de él mediante una dualidad conceptual: por un lado, una arquitectura estereotómica del zócalo en el que se asientan, ligada a la tierra de donde nace; es la arquitectura de la cueva y la arquitectura del podio. Aditivamente, una concepción tectónica que se conecta con ella con la menor superficie posible, como si de apoyarse de puntillas sobre la tierra se tratara, en un esfuerzo por resistir a la tendencia actual a quedarse solo en los efectos escenográficos; una involución a la unidad estructural como la esencia irreductible de la forma arquitectónica. Es la arquitectura de la cabaña y la arquitectura del templo.
Este proyecto de GVG estudio y E. BARDAJÍ y asociados se basa en un equilibrio aparentemente contradictorio entre la especificidad del lugar y la autonomía formal de los edificios que, mediante una composición clásica, pero localmente abstracta, como una suerte de land-art, integra los dos componentes propuestos de necesario gran tamaño. La relación entre las piezas, su programa, estructura y construcción convergen en un conglomerado unitario de demostrada permanencia que funciona con precisión sin limitar la flexibilidad que los diversos formatos de los eventos exigen, naciendo del sustrato e incorporándose a él. Una delgada línea quebrada de abstracción extrema conecta ambas piezas.
Ambas actuaciones observan estos principios, si bien atienden a las condiciones singulares de cada uno:
Recinto ferial
Su cercanía al núcleo urbano resulta la puerta de entrada al complejo y para ello, un cuerpo elevado recibe, acoge y ordena al visitante. Su escala doméstica permite una transición progresiva entre la ciudad y el entorno natural y a su vez establece una relación de semejanza con el actual borde edificado, desdibujando el duro límite marcado por la carretera de Aravaca. Durante la ausencia de feria funciona como un espacio transicional, tanto en el acceso como en su final, conectando ciudad y naturaleza.
Tangente al vial proyectado, se alza sobre un basamento de condición estereotómica marcada que se hace más evidente en sus perforaciones, substracciones de materia que contrastan con la levedad del cuerpo de acceso que a su vez actúa como filtro. Ahí permite proteger los servicios, incorporar luz natural y extender el programa previsto, al tiempo que otorga eventual refugio al visitante. Al fondo, en la inmediatez del parque, se acomete una doble función de conexión física y de fusión de eventos con la incorporación de un auditorio, actuando en todo caso como un ejemplar anfitrión en el encuentro con la naturaleza. La extensión se arraiga en el sitio, apareciendo como un pedestal surgido del suelo desde el que observar el horizonte.
Palacio de congresos
A pesar de la dimensión a la que obliga el programa, la identidad del edificio se establece a partir de su relación con el paisaje. Este resuelve la relación con su entorno atendiendo a las diferentes escalas. Aplicando la misma estrategia que el edificio de acceso al recinto ferial, eleva su silueta períptera sobre el estilóbato generado por la parte de programa localizado en el subsuelo; el orden derivado de la distribución de las estancias y su génesis estructural se traduce en una secuencia continua de estilizados elementos portantes que realzan la importancia y vocación pública del edificio, soportan la cubierta que cobija, acompañan mientras se recorre el perímetro y fortalecen las conexiones visuales con el paisaje, inmediato y distante, aprovechando su posición dominante, incorporando la naturaleza en su interior y estableciendo una relación directa mediante la proyección de las vistas del perfil urbano de la ciudad a través del Parque Forestal Adolfo Suárez y su prolongación en la Casa de Campo.
El carácter abstracto que confiere el riguroso orden se torna en simbiosis con el rico entorno natural cuando se observa desde medio alcance. Más allá, la elevación de la caja escénica, con un cambio de escala y actitud, crea un hito en el paisaje que sitúa la población en la distancia de modo rotundo a la vez que sutil.
El proyecto propone una organización funcional y racional en términos programáticos, flujos de visitantes y áreas de estancia, dando una respuesta sólida para alcanzar una organización clara del programa y una identidad con carácter institucional, reconocible y abierta. Un templo del espectáculo configurado como una concatenación de espacios que alberga en su interior la caja hundida que contiene los auditorios, autónoma pero versátil, núcleo funcional de la edificación. Flanqueada por recintos sirvientes y las conexiones verticales, se extiende superiormente para contener el resto de funciones requeridas de carácter operativo y, sobre ellas, una atalaya de distribución flexible y visión omnidireccional. En el acceso se resuelven los servicios necesarios y la conexión con el aparcamiento, dando lugar al gran foyer, caracterizado por la luz natural y en clara contraposición con la estanqueidad requerida del auditorio, desde el que se puede disfrutar de las inmejorables vistas. Al fondo, como si del opistodomo se tratara, se sitúa la zona más lúdica, en una posición privilegiada que nos acerca al infinito con una mirada discreta. Todos los espacios contenidos entre el suelo y el plano superior están envueltos por una piel de vidrio que facilita los variados flujos a la vez que protege del exterior.
