Alberto Campo Baeza, con una trayectoria profesional que se extiende a lo largo de varias décadas y cruza fronteras continentales, se ha consagrado como un faro en el complejo paisaje de la arquitectura contemporánea. Más allá de la simple construcción de edificios, su obra se adentra en la ontología del espacio arquitectónico, creando entornos que se describen comúnmente como una fusión exquisita entre la poesía y la precisión.
Además de ser un aclamado arquitecto, Campo Baeza ha ejercido un influjo formativo en la próxima generación de diseñadores a través de su papel como Catedrático de Proyectos en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid desde 1986. Su filosofía de diseño meticuloso y reflexivo ha llegado a innumerables estudiantes, tanto en España como en universidades internacionales de renombre, incluidas la ETH de Zúrich y la Universidad de Pensilvania, consolidando su reputación como un educador transformador en el campo.
Uno de los pilares de la estética de Campo Baeza es su énfasis en el poder de la luz natural, un elemento que ve tan fundamental como el aire en la composición musical. Este singular enfoque ha sido validado no solo por sus pares académicos y profesionales, sino también a través de un palmarés de premios que refuerza su dedicación a la excelencia en arquitectura. Entre esos galardones destacan la Medalla de Oro de la Arquitectura en 2019, el Premio Nacional de Arquitectura en 2020 y, más recientemente, el codiciado ACSF Outstanding Achievement Award en Nueva York. Con estos logros como trasfondo, nos sumergimos en una conversación con Alberto Campo Baeza para desentrañar los matices de su pensamiento, su pedagogía y las obras maestras que constituyen su legado.
— Alberto, tu trabajo en arquitectura es ampliamente reconocido y has contribuido significativamente al paisaje contemporáneo de este arte. Antes de sumergirnos en detalles específicos de tus obras, nos encantaría conocer tu filosofía básica sobre la arquitectura. ¿Cuál es el principio que guía tu enfoque al diseñar un nuevo espacio?
Mi filosofía es intentar crear los espacios más hermosos del mundo para hacer felices a los que vivan en ellos. Nunca olvidaré como el día en que se estrenó la Caja de Ahorros de Granada, alguno de los empleados lloró al entrar, tan impresionado estaba.
Mi principal instrumento de trabajo es la razón. No es un arquitecto alguien caprichoso que con la excusa de creerse un artista hace lo primero que se le ocurre. Es, debe serlo, alguien que busca solución a los problemas. Y luego, como resultado, la belleza. Vitrubio lo expresaba muy bien: utilitas, firmitas y venustas.
— Después de recibir importantes premios como la Medalla de Oro de la Arquitectura en 2019 y el Premio Nacional de Arquitectura en 2020, ¿qué consejo le darías a los arquitectos emergentes que quieren marcar la diferencia en el sector?
El mejor consejo es: trabajar, trabajar, trabajar. Y seguir estudiando mucho: estudiar, estudiar, estudiar. Y disfrutar con ese trabajo y con ese estudio.
La Arquitectura es la labor más hermosa del mundo.
Y para ser un buen arquitecto, el mejor, es necesario intentar ser sabios. Y esto no está reservado sólo a unos pocos. Hace falta dedicar tiempo, mucho tiempo. No exclusivamente a la arquitectura. El arquitecto que sólo piensa y hace arquitectura, incluidos los fines de semana, se equivoca. Hay que intentar, insisto, ser cultos, sabios.
— Recientemente, has sido reconocido con el prestigioso 2023 ACSF Outstanding Achievement Award en Nueva York, un hito que indudablemente destaca en tu carrera. ¿Podrías compartir con nosotros qué significa este honor a nivel internacional?
El reconocimiento internacional viene de la mano de la generosidad de los jurados. El mundo es muy pequeño.
— Has dado clases en universidades de renombre internacional. ¿Hay alguna experiencia que consideres un punto de inflexión en tu carrera académica?
Fue especialmente interesante el curso académico completo en la ETH de Zúrich en 1990, o en la University of PENN en Philadelphia en 1999. En Buffalo en 2017 o en Virginia Tech en 2020. Y en tantas otras universidades de todo el mundo. La última experiencia, vía zoom, fue un semestre completo de 2020 con el NYIT de Nueva York.
Todas las experiencias en el extranjero, incluidos los dos años sabáticos en Columbia University de Nueva York, han sido enormemente satisfactorias.
— Desde que empezaste como Catedrático de Proyectos en la Escuela de Arquitectura de Madrid en 1986, ¿qué cambios más impactantes has notado en la manera de enseñar arquitectura?
Por mi parte, siempre he tenido una dedicación extrema. Con enorme puntualidad y dedicación completa. Y siempre he disfrutado enormemente. No me cansaré de repetir que enseñando se aprende más que se enseña. La relación personal, directa, es fundamental en la enseñanza de Proyectos.
La Escuela de Arquitectura de Madrid siempre ha tenido un altísimo nivel en todos los órdenes. Kenneth Frampton no ha dudado en decir públicamente que es la mejor Escuela del mundo. Y también ahora que los de mi generación estamos retirados. Hay allí un conjunto de arquitectos de primera línea que son magníficos como arquitectos y como docentes. Por sólo citar a unos pocos: Emilio Tuñón, Jesús Aparicio y Juan Carlos Sancho. Ábalos y Herreros, y Aranguren y González Gallegos. Y Espegel y Ulargui y Lleó y Garrido. Y con un director excepcional que es Manuel Blanco.
— La luz natural no es solo un detalle, siendo protagonista en muchas de tus obras. ¿Podrías profundizar en cómo la luz natural se convierte en un componente integral de tu proceso creativo? Además, ¿podrías explicar qué papel juega en la experiencia espacial que buscas generar y por qué la consideras un elemento indispensable?
¡Ay, la luz! La luz es tema central y material principal en la arquitectura. Imprescindible desde el principio del mundo. Dios, el gran arquitecto, dijo: «Hágase la luz» y la luz fue hecha.
Siempre pongo como ejemplo el Panteón de Roma, con su óculo de 9 m de diámetro. Cómo Chillida se abrazaba en lágrimas a la columna de luz que atravesaba ese óculo.
He comparado muchas veces el papel de la luz en la Arquitectura al del aire en la música, y creo que es una comparación bien ajustada. Se puede, se debe, tensar bien el espacio con la luz, y afinarlo como quien afina el instrumento musical.
— En cuanto a la Casa Gaspar, tu obra de 1992 en Cádiz, ¿nos podrías guiar a través del proceso creativo que llevó a su concepción y realización?
La Casa Gaspar fue una idea clara y distinta desde el principio. Una casa sencilla y económica en el campo andaluz, con privacidad absoluta. Un patio delante y otro detrás. Y entre ambos la casa. Un espacio principal pasante y unos espacios servidores a ambos lados. Todo blanco y encalado. Y en cada patio dos limoneros lunares. Y en el patio del fondo un estanque con agua.
El resultado fue y es muy hermoso. Convocamos a la Belleza, y la Belleza vino a quedarse allí para siempre.
Las preciosas imágenes que hizo el japonés Hisao Suzuki, y que han dado la vuelta al mundo, tuvieron la virtud de traducir muy bien lo que allí pasa.
— Tu obra, la Casa del Infinito en Tarifa, ha capturado la atención tanto de expertos en arquitectura como del público en general. ¿Podrías describir el núcleo conceptual o la visión que te llevó a diseñar este proyecto de manera particular? ¿Qué experiencia o sentimiento buscabas evocar en quienes interactúan con el espacio?
La Casa del Infinito, bellísima, está en el extremo opuesto de la casa Gaspar. Se sitúa al borde mismo del mar, de la duna. La idea central es crear un plano horizontal en alto, una plataforma frente al océano Atlántico, paralela a la línea del horizonte, al infinito.
Creamos para ello un podio que se empotra contra la tierra, construido con travertino “onicciato”, con manchas de ónice, de manera que, por su color y su textura, se funde con la arena de la playa. Con travertino romano porque los romanos, César Augusto, anduvieron por allí, en Baelo Claudia, que es la ensenada contigua. Es como un “temenos” frente al mar infinito. Hicimos maquetas de tamaño natural con cuerdas para situar ese plano en alto con la máxima precisión, a la altura exacta.
El resultado es muy hermoso y sus habitantes están allí muy felices.
— Con la capilla en San Donà di Piave, realizaste tu segundo proyecto en Italia, luego de la Guardería para Benetton en Treviso. ¿Qué ha significado para ti trabajar en el panorama arquitectónico italiano y qué desafíos o lecciones resaltarías?
Italia ha sido siempre un país maravilloso con una cultura profunda. Mis proyectos allí han tratado siempre de responder adecuadamente.
Ahora estamos con proyectos en Armenia, en México y en Nueva York.
— Tus obras han sido exhibidas en lugares tan icónicos como el Crown Hall de Mies en el IIT de Chicago y el MAXXI de Roma. ¿Cómo te sientes al ver tu trabajo en estos espacios de gran prestigio internacional?
Es un honor inmerecido, fruto de la generosidad de los que me han invitado a esos sitios tan prestigiosos. Pero hoy, ya en este tercer milenio, el mejor lugar para exponer son las redes, una buena página WEB como la que yo tengo, campobaeza.com, con actualmente más de nueve millones y medio de visitas, ¡9,5 millones de visitas! Me sigue costando digerir estas cifras que no tienen nada que ver con los miles de visitantes de aquellas exposiciones. Una cuestión de universalidad en el tiempo y en el espacio.
— Mirando al futuro de la arquitectura, ¿hay tendencias emergentes que te emocionan o que te generan alguna preocupación?
Con la edad se entra en un envidiable periodo de serenidad de la que nos habla Cicerón en “De Senectute”. Se aprende a juzgar con la mayor ecuanimidad. O como expresaba Goya en ese precioso dibujo que está en el Museo del Prado, donde, tras dibujarse con pelo y barbas blancas apoyado en dos bastones, escribe 64, que era su edad, y añade: «Aun aprendo». Más claro, agua. Aún aprendo.
Quizás deberíamos formar más y mejor en lo arquitectónico a esta Sociedad nuestra. Algo de lo que hace vuestra estupenda revista.
— Para cerrar, nos gustaría saber en qué proyectos o iniciativas te encuentras actualmente implicado y si podrías ofrecernos un adelanto de tus planes futuros en el mundo de la arquitectura.
Inauguro a principios de septiembre mi última obra: un Museo en Nueva York, en colaboración con Miguel Quismondo. Ha quedado tan bien que lo he titulado «Lux Divina». Es un espacio blanco, cúbico, de triple altura, con perforaciones isotrópicas por donde la luz entra de manera divina, lux divina. A estas alturas todavía me sigo asombrando, aún aprendo.
Tenemos un proyecto en Miami Beach y otro en México. Y estamos trabajando en un par de proyectos en Armenia.
Mis planes son seguir trabajando hasta que Dios me dé vida. Sigo con fuerzas sobradas y enorme entusiasmo para hacerlo. Y tengo unos colaboradores que son mejores que yo. Yo no puedo más que dar gracias a Dios por todos los poros.