Tras unos años en los que el peligro de extinción se cernía sobre ellos, los mercados municipales de las ciudades españolas han sabido adaptarse a las nuevas demandas sociales con un lavado de cara, algunos, y con profundas rehabilitaciones, otros.
Los mercados municipales de la geografía española han visto pasar por sus instalaciones generaciones y generaciones de compradores en busca de los productos más frescos. De las tradicionales ferias temporales medievales, que solían celebrarse fuera de los lindes marcados por la muralla de la villa, se pasó a la plaza del mercado, cuando las expansiones posteriores de las ciudades fueron engullendo sus arrabales.
Hasta el siglo XIX, las ferias continuaron celebrándose al aire libre, en plazas públicas que rotaban según el día. En esa época, las nuevas ideas de higiene pública, sanidad e incluso urbanismo promovieron la construcción de recintos estables, para evitar los desechos que generaban las ferias ambulantes.
Nacía así, por ejemplo, el Mercado de la Boquería, en Barcelona, que abría sus puertas por primera vez el año 1836 y que, en la actualidad, es todo un símbolo de la cultura gastronómica barcelonesa. En aquella época, la arquitectura y la ingeniería se encontraban investigando las posibilidades del hierro fundido como material estructural de las edificaciones. Los palacios de cristal eran la fascinación de la época, y los primeros edificios destinados a albergar mercados estables se construyeron con esta técnica. Para ello, fueron llamadas empresas constructoras francesas, que tenían una amplia experiencia.
En Madrid, los mercados pioneros en usar el hierro en su estructura fueron el de la Cebada (1868) y el de los Mostenses –ninguno de ellos sigue en pie–; para ellos se empleó material prefabricado, enviado especialmente desde París. La década de los años 90 del siglo pasado vio cómo los mercados municipales entraban en rápido declive. El comercio minorista se veía incapaz de competir con las grandes superficies comerciales que brotaron como hongos en los extrarradios de las ciudades españolas. Los nuevos patrones sociales y sus consecuentes cambios en los hábitos de consumo del español medio tampoco han jugado a favor de los viejos mercados municipales: el número de clientes ha ido decreciendo paulatinamente.
Ante lo que los agoreros veían como un irremediable cierre de la mayoría de los mercados municipales, la necesaria adaptación a los nuevos tiempos ha conseguido no sólo salvar, sino revitalizar a muchos de ellos. Las estrategias han sido muy variadas. Siguiendo el “si no puedes vencer al enemigo, únete a él”, del refranero popular, no son pocos los mercados municipales que han optado por incorporar un supermercado de grandes dimensiones dentro de su edificio, y aprovechar así la sinergias que se dan entre estos comercios y los puestos minoristas.