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Recuperando el sentido: de Pompeya a los Objetivos de Desarrollo Sostenible

TEXTO: Carmen Fernández Hernández y Yolanda de la Fuente Robles, docentes del Master de Accesibilidad para Smart City de la Universidad de Jaén y la Fundación ONCE.

Es hora de que reflexionemos sobre una temática clave para el presente y el futuro cercano, los nuevos modelos de ciudad y vivienda centrados en la persona. Algo estaba cambiando en el mundo del diseño urbano, y la pandemia vino a acelerarlo.

Un modelo de ciudad amable que propicie las relaciones entre las personas y los espacios en los que desarrollan su día a día se está abriendo paso para dejar atrás el viejo modelo de aislamiento de las ciudades. Ha llegado el momento de huir del individualismo y el cortoplacismo: no somos nada cuando dejamos de ser comunidad. Necesitamos aparcar los coches y patear la ciudad, fomentar la movilidad sostenible y practicar las relaciones personales. Hay que poner en marcha diseños urbanos que entiendan las relaciones físicas y virtuales que se suceden en la ciudad, evitar desplazamientos innecesarios para realizar actividades cotidianas y aprovecharse de las tecnologías innovadoras de la información y la comunicación.

«Hay que poner en marcha diseños urbanos que entiendan las relaciones físicas y virtuales que se suceden en la ciudad»

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Hablamos del diseño urbano centrado en las personas. Lejos de pensar en las ciudades como un conjunto de edificios, monumentos e infraestructuras, lo importante como defendía David Sim, autor del libro Soft City, uno de los pioneros de la idea del diseño urbano centrado en la persona, está en promover las relaciones entre las personas y los espacios, con la naturaleza y entre una persona y otra. El modelo de planeación urbana centrado en la persona se basa en tres conceptos clave: la conectividad para lograr una mejor integración del espacio, la accesibilidad para garantizar la inclusión y la generación de valor para fortalecer la identidad y el patrimonio urbano.

Las ciudades requieren nuevos planteamientos que mantengan escalas “pequeñas” para fortalecer la ciudad compacta. Estas aportan beneficios tanto para el sector público como para el privado, se administran más fácilmente, aumenta la calidad de vida de las personas, disminuye el tráfico y se reduce la contaminación. Desde este punto de vista, una ciudad amable o “soft” (suave) sería aquella que hace posible todas esas conexiones.

¿Cómo podemos saber si vivimos en una de ellas? Prestando atención a una serie de detalles: ¿Tiene espacios compartidos, como plazas, parques o patios en los que poder interactuar con otros vecinos? ¿Es fácil encontrarse con gente por la calle o más bien se hace vida dentro de casa? ¿Hay que conducir para ir a la cafetería o al supermercado más cercano? ¿Está llena de coches o resulta fácil ir en bicicleta o caminar? ¿Hay lugares en los que poder sentarse? ¿Puedo hablar con la persona del kiosco que vende la prensa? ¿En la tienda me pueden recomendar porque conocen mis gustos?

Para que las ciudades sean justas con su ciudadanía deben evolucionar a la vez que lo hacen las sociedades. Estamos en un momento en que el confort y la adecuación del entorno a distintas necesidades de la ciudadanía resulta esencial. Las personas con discapacidad, mayores y niños deben ser tenidos en cuenta en los nuevos diseños de las ciudades para que, todas ellas, puedan vivir la ciudad con sentimiento de pertenencia.

Si una ciudad está diseñada para niños, personas mayores y personas con discapacidad, entonces será “amable” con todos sus habitantes. La movilidad dentro y fuera del hogar también es clave para detectar la amabilidad de una ciudad. Debemos fomentar entornos inclusivos para que todas las generaciones puedan disfrutar. Quizás no haya que inventar nada, solo hay que recuperar la empatía y aplicar el sentido común. Solo hace falta echar la vista atrás y reflexionar…

«Las personas con discapacidad, mayores y niños deben ser tenidos en cuenta en los nuevos diseños de las ciudades para que, todas ellas, puedan vivir la ciudad con sentimiento de pertenencia»

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El 24 de octubre del 79 d.C. Pompeya, una de las ciudades más prósperas y mejor organizadas de la civilización romana, quedó sumida en una manta de ceniza, lava y polvo por la erupción del Vesubio; esto hizo que se congelara la vida y las infraestructuras tal cual estaban en ese preciso instante. Aproximadamente 1500 años después, el sitio fue excavado y se descubrieron, además de importantes infraestructuras, cientos de edificios y redes bien conectadas de calles y carreteras. En las calles aparecieron los primeros “pasos de peatones” formados con grandes bloques de piedra, diseñados pensando en la ciudadanía, para permitir cruzar las calles en el mismo plano que el acerado sin tener que pisar la calzada y trazados para que cuando los carros tuvieran que pasar por donde cruzaban las personas, minoraran la velocidad. ¿Pasará lo mismo en la situación actual?

Todos somos seres humanos, pero también seres urbanos, y así se puede constatar en el Objetivo 11, Ciudades y comunidades sostenibles, de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Queda patente que las ciudades desempeñaran un papel muy importante en la consecución de estos ODS, y para ello deberemos considerar a la persona como centro de atención, el fortalecimiento de las relaciones interpersonales, la relación entre la planeación y el diseño urbano, la ciudad incluyente, integrar a la ciudad y la sustentabilidad a partir de desarrollar infraestructura del paisaje como activo primordial. Las zonas verdes, los espacios públicos, los edificios, el transporte, los servicios, etc. serán accesibles, inclusivos y seguros para las mujeres y los niños, las personas mayores y las personas con discapacidad en particular, y para toda la ciudadanía en general.

Según datos del Banco Mundial, más de la mitad de la población mundial vive en ciudades y esta proporción alcanzará el 70% en 2050. Para garantizar que las ciudades brinden oportunidades para todas las personas es esencial comprender que el concepto de ciudades inclusivas implica múltiples factores espaciales, sociales y económicos. Cuando estos factores interactúan de una manera negativa, atrapan a las personas en la pobreza y la marginalidad. Por el contrario, si la interrelación es positiva, pueden mejorar la vida de las personas y disminuir la exclusión.

En 2015, unos 3 millones de personas migraban a las ciudades cada semana y el terreno construido urbano se iba duplicando[1]. A día de hoy, dada las situaciones sociopolíticas en muchos países, esta cifra se está disparando. Para no excluir a nadie, es fundamental que no solo el entorno físico sea inclusivo, sino que los entornos virtuales y sociales también lo sean, que capaciten y sean sobre todo resultado de la co-creación y el Design Thinking.

Es necesario ver los entornos que nos rodean de otra manera, lo más importante son las personas y siempre deben estar en el centro de cualquier actuación o política. Pero junto a los requerimientos y necesidades de las personas, debemos considerar los límites que nos marca la madre naturaleza, y así respetar las laderas de los volcanes, los límites costeros, los cauces y márgenes de los ríos, evitar las zonas de escorrentía o las zonas de temperaturas extremas entre otras cuestiones naturales, pues son imprescindibles para vigilar la urbanización descontrolada, que además de falta de accesibilidad y exclusión, afecta a la salud mental de los habitantes.

Enfrentarnos a esta realidad, puede ocasionar problemas y retos, pero no debemos olvidar que en muchos casos en la innovación está la solución y el progreso, y el verdadero progreso debe tener una componente social que dé respuesta desde el diseño de las ciudades a todas las personas, con independencia de sus capacidades, buscando así un urbanismo seguro e inclusivo.

«El verdadero progreso debe tener una componente social que dé respuesta desde el diseño de las ciudades a todas las personas, con independencia de sus capacidades, buscando así un urbanismo seguro e inclusivo»

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Carmen Fernández Hernández y Yolanda de la Fuente Robles.

[1] «Migración y Ciudades, nueva colaboración para gestionar la movilidad», Organización Internacional de las Migraciones.

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