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«En el mundo hay 7.000 millones de ciudades: cada persona habita una diferente»

Vicente-Guallart_PICProlífico e innovador, Vicente Guallart (Valencia, 1963) trabaja desde hace años en la construcción de edificios y ciudades inteligentes, a partir de principios humanistas. Arquitecto jefe de Barcelona entre 2011 y 2015, fue además en este periodo el primer gerente del departamento de Hábitat Urbano de la ciudad (que aúna Medio Ambiente, Infraestructuras y Urbanismo), hoy llamado Ecología Urbana.

¿La innovación, en un concepto muy amplio y como convencimiento real, está siendo uno de los nuevos parámetros de la construcción tras la crisis?

La arquitectura española tradicionalmente ha tenido una importante vocación de servicio, materializada en múltiples edificios públicos y proyectos urbanos de alta calidad, que ha sido reconocida internacionalmente. Sin embargo, en los últimos años, el arquitecto también ha sido cómplice en muchos casos del boom inmobiliario y de la transformación de la arquitectura en un espectáculo alejado de los retos sociales que hoy están en el centro del debate urbano. La innovación en los proyectos ha pretendido ser más formal que material o funcional. Y es aquí donde se presentan los mayores retos y oportunidades para nuestra profesión. Nuestra tradición se ha construido mucho más a través del oficio de proyectar y construir que a partir de innovar e inventar.

Si a principios del siglo XX los principales retos de la arquitectura se centraban en aprovechar la era industrial para construir una nueva arquitectura a partir de nuevos tipos de vivienda y el uso de nuevos materiales, ahora, al principio del siglo XXI, la sociedad nos pide una arquitectura que construya un nuevo hábitat para la era de la información. Ha tenido que llegar una crisis muy importante para reconocer la necesidad de la innovación en la arquitectura y en el urbanismo, que tienen que ser más permeables a otras disciplinas con las que literalmente el arquitecto no interactuaba.

Sin embargo, las nuevas generaciones están muy abiertas a desarrollar nuevos principios para la arquitectura, a tener una mayor implicación y compromiso social y ciudadano con su trabajo y de un mayor rigor en el presupuesto de los edificios. Pero espero que ese compromiso social no implique alejarse de la calidad del diseño y de la voluntad en la innovación que siempre ha aportado la arquitectura a la sociedad y que ha ayudado a construir mejores ciudades.

Hace casi 20 años fue uno de los creadores de Metápolis. ¿Qué ha cambiado desde entonces?

Aquella generación post-olímpica pensó que había que intentar construir un nuevo relato a partir del impacto de la sociedad de la información en la arquitectura y el urbanismo y del desarrollo de una nueva ecología urbana. Por eso impulsamos el Instituto de Arquitectura Avanzada y el máster de Arquitectura Avanzada con la UPC y empezamos a trabajar con el MIT, con la fabricación digital y con la autosuficiencia energética. Años después, tras una gran crisis económica y social, todos estos son ahora temas fundamentales en el ámbito de la arquitectura y la construcción. Por tanto, acertamos en el análisis y nos preparamos para afrontar los retos del futuro.

El otro gran eje fundamental en el que trabajamos es hacer del urbanismo una herramienta para combatir las desigualdades sociales. Nuestro gran reto es poner la arquitectura y el urbanismo al servicio del bienestar de las personas y del progreso social, a partir de proyectos e iniciativas concretas. Cuando en el Ayuntamiento nos reuníamos con ciudadanos que vivían en casas afectadas urbanísticamente durante casi cuarenta años cerca del Turó de la Rovira se comprendía como una herramienta creada para servir a la sociedad, el urbanismo se había alejado de la realidad.

Nuestro gran reto es poner la arquitectura y el urbanismo al servicio del bienestar de las personas y del progreso social, a partir de proyectos e iniciativas concretas

Desde este punto de vista nos interesa mucho trabajar de forma sistémica, poner en el mapa mental de la sociedad lugares y temas que no se reconocen como centrales en la ciudad y que por ello la gente entiende que no se debe invertir en ellos.

También queremos hacer del acceso a la información o a la innovación un derecho social. Lo importante es que el proyecto urbano empodere a las personas, las haga más libres y tengan capacidad de innovar y de decidir en los barrios. Pero, creo que hay que perder el miedo a trabajar por los proyectos de ciudad de gran escala, que son los que nos hacen competitivos de forma global. El mapa de las desigualdades sociales en Barcelona coincide con el mapa de las zonas que tienen y que no tienen grandes equipamientos.

Hace 20 años la palabra futuro literalmente no existía y ahora es un término que está en el centro del debate. Hay que definir un futuro a largo plazo y empezar a construirlo mañana. Obama y el Papa hablan del futuro, de las ciudades y la ecología. Estamos empezando a ganar el partido.

En su libro La ciudad autosuficiente planteaba un nuevo modelo urbano. En esta línea, afirma que Internet ha cambiado nuestras vidas, pero aún no ha cambiado nuestras ciudades, ¿cómo puede hacerlo?

El libro propone una visión para las ciudades de la era de la información. Si las tecnologías de la información sirven alargar el mundo industrial obsoleto no tienen sentido. Sí lo tienen si las utilizamos para desarrollar un modelo distribuido del mundo; para empoderar a las personas; para construir barrios más humanos y conectados entre ellos; para eliminar la movilidad obligada, haciendo que las ciudades sean más caminables y menos circulables en vehículos privados; para conseguir que los edificios sean autosuficientes; para desarrollar el Internet de la energía, de forma que no dependamos del petróleo de Oriente Medio para hacer funcionar nuestras ciudades. Y todo esto sabemos que va a pasar.

Hoy nos empobrecemos comprando recursos a países que no están construidos alrededor de los principios democráticos que defendemos, y que se hacen ricos en base a nuestra poca capacidad de innovar. El futuro es la «ciudad productiva y conectada» o es «Blade Runner». Sin lugar a dudas trabajamos por la primera opción.

Las ciudades del futuro no deben basarse en un centro rico y una periferia pobre; deben ser metrópolis de barrios, que son unidades construidas a la escala de la comunidad, en la que las personas tengan acceso a todos los servicios necesarios para habitar y en el mejor de los casos puedan también trabajar

¿Existen ciudades dónde encontrar atisbos de estos desarrollos?

Copenhague es un ejemplo de capital europea de tamaño medio-grande que ha decidido ser una ciudad de emisiones 0 en el año 2025 y está trabajando para ello. La fabricación digital también es un fenómeno creciente y habrá que ver cuál es su impacto final desde el punto de vista económico y social. La producción alimentaria de km 0 cada vez es más importante y se ha consolidado una red de slow cities que ahora trabajan para llevar ese modelo a grandes metrópolis.

En París, en la Cumbre del Planeta también se plantearon unos objetivos fundamentales con la misión de desconectarnos del petróleo y producir energía a través de las energías renovables producidas de forma local. Por lo tanto, creo que aquella visión que hace unos años era emergente y no estaba en el centro del debate, hoy ya lo está. Ahora nos hacen falta más proyectos y más liderazgo político y económico para que la revolución de las ciudades productivas y conectadas se convierta en un proyecto social y económico global. Y esto va a pasar, sin duda.

Le gusta utilizar mucho más el concepto de hábitat urbano que el de urbanismo, ¿por qué?

Me interesa más el concepto de hábitat que el de urbanismo. El urbanismo es un concepto asociado a una construcción física del territorio. Se produce a través de la «urbanización», que ha creado algunas de las mejoras obras humanas, pero sobre todo muchas de las peores. Sin embargo, hoy en día la mayoría de las ciudades del mundo occidental están prácticamente urbanizadas y por lo tanto hay que añadir valor al territorio de otra manera. Y para ello hay que impulsar la regeneración urbana a partir de nuevos principios ecológicos. Hemos de crear mecanismos para evaluar no solo las «ciudades» en abstracto, sino sobre todo la habitabilidad humana. Porque llamamos ciudades a Igualada y Mumbai, que tienen dimensiones, flujos y relaciones muy diferentes.

Las ciudades del futuro no deben basarse en un centro rico y una periferia pobre. Las ciudades deben ser metrópolis de barrios, que son unidades construidas a la escala de la comunidad, en la que las personas tengan acceso a todos los servicios necesarios para habitar y en el mejor de los casos puedan también trabajar. El barrio, construido con un radio de 500 metros alrededor de los equipamientos, es una unidad de medida de la habitabilidad humana. Y una buena ciudad será aquella que se construya como una red de barrios concitada por ejes cívicos y transporte público.

La idea del hábitat está mucho más centrada en mirar la ciudad vista desde las personas. Objetivamente en el mundo hay 7.000 millones de ciudades, porque cada persona habita una ciudad diferente; su centro de gravedad es diferente; empieza la vida cada día desde un punto diferente. Por lo tanto, si nos centráramos más en garantizar la habitabilidad de las personas una a una y a partir de ahí desarrollar la construcción de la ciudad, encontraríamos respuestas diferentes a los problemas reales. Creo que ésta es la gran discusión que tenemos hoy: como hablar mucho más del hábitat que del urbanismo, referirnos más a las personas que viven en el medio urbano, a su bienestar, a su acceso a los equipamientos, a la energía. Y de todo esto no se puede hablar solo desde el continente, el territorio urbanizado, sino desde el contenido, la habitabilidad humana.

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