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El destacado papel de los jardines a lo largo de la historia

No se puede entender al ser humano sin la naturaleza. A pesar de que el hombre hace ya mucho que dejó de vivir en el bosque, por fortuna, desde el nacimiento de las ciudades no ha dejado de proliferar el uso de los jardines para no perder ese vínculo con las plantas, el agua y la vida. Ha sido un proceso que se remonta a los primeros pasos del hombre en el mundo.

De alguna forma el jardín se ha convertido siempre en un lugar a través del cual los visitantes buscan purificar su alma, un lugar donde conectar con nuestro interior y que nos permita comprender mejor el universo, ya que de alguna manera estos lugares pueden encriptar todos los mensajes que el cosmos nos trae.

Pero este viaje al pasado no termina aquí y podemos seguir remontándonos mucho tiempo atrás para encontrar civilizaciones que ya daban una gran importancia a los espacios verdes, aunque con un acercamiento prácticamente divino. De hecho, comenzamos a conocer los primeros vestigios de la jardinería a las orillas del maravilloso Nilo y gracias a los Mesopotámicos. Posteriormente, aparecieron los jardines persas, como los de Babilonia, con la principal característica de que eran espacios en altura, donde nació el concepto de ‘Zigurat’, que representa una pirámide aterrazada/ajardinada. Tanto en el caso del mesopotámico, como en del persa, los jardines eran asociados a los mandatarios y faraones, demostrando así que estas obras eran solo accesibles para los más privilegiados.

Con posterioridad, la práctica de la jardinería también contagió al Imperio Romano, que empezó a popularizarlos entre el pueblo. Podríamos dividirlos en dos tipos: el pequeño jardín de la pequeña casa romana, denominado hortus conclusus, y el jardín de las villas de las afueras de Roma. Si avanzamos a la Edad Media, éste es considerado un periodo oscuro en lo que se refiere a la naturaleza en el espacio doméstico, un tiempo de claustro. De esta forma, se vinculan en estos tiempos los espacios ajardinados con la iglesia y los monasterios.

Afortunadamente, el jardín volvió a vivir una época dorada a partir del siglo XV. Con la llegada del Renacimiento, el Barroco o el Manierismo… alcanzando quizá el cénit de su desarrollo con el jardín francés. Como en el antiguo Egipto, estos espacios vuelven a estar asociados enteramente a la riqueza y a los grandes palacios. Son estos los que dominan, de esta forma, el jardín en su máxima expresión, con el de Versalles como gran ejemplo.

Posteriormente, en el siglo XIX comienza a predominar el jardín inglés, espacios más artificiales que pretenden simular lo natural, asociados nuevamente a grandes castillos y también fincas de caza. Estos jardines suelen incluir un lago, puentes o incluso pequeños palacetes y capillas.

Ahora, después de milenios de evolución, todos estos jardines se han convertido en parte de nuestra historia. Vestigios, literalmente, vivos, que nos permiten viajar al pasado, al tiempo que podemos conectar con la naturaleza y con nuestro interior. Aquellos que antes eran inaccesibles, ahora han sido abiertos al mundo y, por fortuna, su legado ha contagiado a la sociedad moderna. Ahora, el espacio natural ha pasado a ser un elemento indivisible de la ciudad, de la oficina y, cada vez más, de los hogares, independientemente de su tamaño. Porque, en el fondo, todos queremos un pedazo del Paraíso en nuestra estancia terrenal.

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