La sociedad actual es diversa y cambia a pasos agigantados. Continuas situaciones insospechadas interfieren y modifican nuestros hábitos, la manera de vivir, de convivir, de relacionarnos y de movernos, alterando nuestra forma de ser y sentir.
Una pandemia mundial nos mantuvo confinados en los hogares sin salir a la calle, un fenómeno meteorológico como la borrasca Filomena paralizó toda la actividad de una región y bloqueó los transportes. La erupción del volcán de La Palma sepultó calles, edificios, negocios y tierras provocando el desplazamiento de muchas personas y una guerra como la que se está llevando a cabo entre Rusia y Ucrania, además de una gran catástrofe material, supone la migración de cerca de nueve millones de hombres y mujeres a otros países.
A esto se une que, según un informe de la Organización Mundial de la Salud y el Banco Mundial, cerca de 1.000 millones de personas, equivalente al 15% de la población, experimentan algún tipo de discapacidad en el mundo. En el caso concreto de España, según la última encuesta de 2022, hay 4,3 millones de personas con alguna discapacidad, que supone un 11,8 % entre los hombres y un 5,4% entre las mujeres con respecto a la última encuesta. A su vez, el envejecimiento de la población mundial es el fenómeno que marca nuestro siglo.
Según el Informe de Naciones Unidas sobre el envejecimiento de la población mundial, se espera que en 2030 el número de personas mayores de 60 años supere al número de niños menores de 10 años, se pase de los 962 millones actuales a los 1.400 —lo que supone un aumento del 46%— y se prevé que el número de personas mayores de 80 años se triplique para el 2050. Esta situación afecta particularmente a España, que según el IHME de la Universidad de Washington en Seattle, prevé que España se convierta en el país con mayor esperanza de vida del mundo, superando a Japón en 2040 y poniéndose a la cabeza mundial de la longevidad, mientras que la natalidad mantendrá su tendencia a la baja.
Hacer ciudades habitables para los colectivos más sensibles y con necesidades más específicas garantiza confort para todos los habitantes.
A pesar de que, por desconocimiento, falta de recursos, temor, desmotivación e, incluso, egoísmo, queramos dar la espalda a todas estas cuestiones, no podemos obviarlas y debemos abordarlas empezando por desterrar los modelos tradicionales de ciudad, que es donde vive prácticamente la mitad de la población mundial.
En la sociedad actual el elemento fundamental sigue siendo el vehículo y nuestras ciudades están diseñadas a su medida, para que sea este el que transite por ellas con total libertad y preferencia. Viales, espacios, mobiliario urbano, materiales, señalización, etc. responden a los condicionantes y necesidades de los coches, lo que nos arrastra a una situación de deterioro en todos los ámbitos, que repercute en la salud y la calidad de vida de sus habitantes.
El fracaso de este modelo, unido a las cuestiones anteriormente mencionadas, nos obliga a un replanteo en el diseño urbano de la ciudad, centrándolo en las personas, buscando alternativas para la movilidad más seguras, sostenibles y accesibles, planteando infraestructuras, creando servicios y construyendo espacios donde se pueda crecer y envejecer cómodamente, disfrutando de los bienes y las oportunidades que las ciudades ofrecen a las personas de todas las edades, niños y niñas, jóvenes, adultos y mayores. Se trata que las ciudades evolucionen a la vez que lo hacen las sociedades.
Por ello, a la hora de crear, diseñar y proyectar los espacios urbanos se debe tener en cuenta los requerimientos y necesidades de todas las personas y, en particular, de los grupos a los que desplazarse por la ciudad puede suponer un mayor reto, como los niños, personas mayores y personas con discapacidad. Esto nos lleva a considerar la accesibilidad universal y el diseño para todas las personas. Hacer ciudades habitables para los colectivos más sensibles y con necesidades más específicas garantiza confort para todos los habitantes.
El diseño unido al planeamiento y a la mejora de las políticas públicas incidirá positivamente en este cambio. Las cuatro necesidades básicas que presenta son:
La autonomía e independencia
La forma en que las personas van de un lugar a otro es fundamental para determinar su autonomía e independencia. Existencia de itinerarios peatonales accesibles, disposición de vados y rebajes de bordillos en los cruces de las calles, existencia de semáforos sonoros, luminosos y con los tiempos adecuados y adaptados a todos los ritmos y velocidades, encaminamientos podotáctiles, alternativa de rampas y escaleras con barandilla para salvar desniveles, pasamanos, protección de alcorques, disposición adecuada del mobiliario urbano que no suponga obstáculos, fuentes y bancos seleccionados con criterios ergonómicos, existencia de parques y zonas de juego y descanso inclusivos, ubicación de cabinas higiénicas accesibles y especial atención al pavimento, que es el elemento fundamental por el que se desplazan todas las personas, contribuyen a este fin, tener una ciudad segura y transitable.
Las viviendas y espacios domésticos requieren diseño, construcción y dotación que permita que las personas continúen con sus rutinas diarias a medida que envejecen, ya que una de las prioridades fundamentales para conseguir ciudades amigables con los mayores es cumplir el concepto de “envejecimiento en el lugar”, que se resume en la capacidad de poder quedarse en su hogar hasta la vejez y que la vivienda y la persona evolucionen a la par.
El acceso al transporte público y sus servicios son esenciales para que las personas se desplacen. Disponer de un transporte público accesible con autobuses de plataforma baja, y espacios reservados para personas usuarias de sillas de ruedas y cochecitos de bebes en autobuses y vagones, accesibilidad en las paradas y estaciones con la información de las líneas y horarios en diferentes formatos para facilitar la lectura, audición y comprensión, la utilización de mensajes en formato de lectura fácil, uso de pictogramas, existencia de eurotaxis y sistemas de abonos y tarjetas de transporte con precios reducidos, posibilitan una movilidad más accesible, cómoda y segura.
Facilitar una buena orientación también es esencial para hacer que las personas mayores y personas con discapacidad cognitiva se sientan seguras en los lugares que visitan y cuando deambulan por la ciudad, incluir señales visuales, auditivas, táctiles y pictogramas estandarizados de fácil comprensión son fundamentales. Hay que evitar entornos complejos que dificulten la deambulación y localización, y crear sistemas y referencias que ayuden a las personas a encontrar su camino.
La salud y el bienestar
Los conceptos de salud y bienestar influyen en la calidad de vida, la salud física, la salud mental y la experiencia propia del entorno. Salir a la calle, además de posibilitar las relaciones personales, fomenta el desplazamiento y los paseos urbanos, generando hábitos saludables. A esto hay que unir acciones encaminadas a reducir la contaminación atmosférica que redundan directamente en la mejora de la salud.
El diseño del entorno construido es clave y, junto con la existencia de zonas verdes, instalaciones deportivas y culturales y zonas de ocio en el barrio, permite que se puedan llevar a cabo actividades de bienestar al aire libre evitando situaciones de aislamiento y proporcionando beneficios para la salud mental.
Los conceptos de salud y bienestar influyen en la calidad de vida, la salud física, la salud mental y la experiencia propia del entorno
La conectividad social
Las interacciones son una parte integral del bienestar y el entorno construido y juegan un papel muy importante en la configuración de cómo y dónde las personas interactúan desde el entorno público hasta el hogar.
Los grandes desafíos son el aislamiento y la soledad. Estos factores tienen un fuerte impacto en la calidad de vida y en el bienestar físico y mental. Situaciones como el estrés, la depresión, la tristeza, las enfermedades cardiovasculares, los trastornos alimentarios… están asociados con la soledad y el aislamiento social y termina por limitar la capacidad de socializar con otras personas, interactuar en lugares públicos y mantener relaciones con amigos y familiares.
Según se va limitando y minorando la capacidad de participar en diferentes actividades, llevar a cabo acciones cotidianas y relacionarse con otras personas, el entorno empieza a tener un papel más importante y preservar el sentido de hogar y vecindario es imprescindible.
Hay que planificar evitando que se excluya a algunos colectivos y que no se restringa la posibilidad de permanecer en sus viviendas y barrios a medida que se envejece, creando un sentimiento de conexión social entre las personas y sus entornos dentro de la ciudad. Una buena planificación y diseño, aplicando los principios del diseño para todas las personas, ayudan en estos desafíos y aportan un sentido de pertenencia.
La seguridad y resiliencia
Hay determinadas situaciones que necesitan una atención especial para garantizar un entorno urbano seguro para todas las personas. Las catástrofes climáticas pueden ser peligrosas y algunos aspectos de los entornos urbanos pueden empeorar las cosas.
Las diferencias climáticas aportan mayor riesgo de mortalidad entre las personas mayores y las personas con discapacidad. También hay otros peligros como el riesgo de caídas al aire libre. La falta de diseño, planificación y la adecuada elección de los tipos de pavimentos está relacionada con el alto porcentaje de caídas en la calle. Plantear un diseño cuidadoso de la ciudad, una planificación ordenada y con referencias puede mantener seguras y saludables a las comunidades. En estas situaciones las nuevas tecnologías son fundamentales, dispositivos de localización o aplicaciones de encaminamiento y direccionado son de una gran ayuda.
Desde hace unos años, con estas premisas de nuevos diseños de ciudades pensados para las personas y compromisos con la lucha contra el cambio climático, han surgido algunos modelos interesantes para atajar estas cuestiones. Es el caso del Laboratorio de Ideas del BID en América Latina y el Caribe o de la idea de “la ciudad de los 15 minutos” en Europa, basado en otro modelo creado hace más de un siglo por el urbanista Clarence Perry, «la unidad vecinal», y que ha sido readaptado a los tiempos actuales. La idea es que todos los servicios que necesite un ciudadano los tenga a quince minutos de su domicilio, bien sea andando o en transporte. Con este modelo se reducen los desplazamientos, se ahorra tiempo mejorando el bienestar de las personas y se reduce la contaminación.
En definitiva, y haciendo una retrospectiva de la situación, es imprescindible que las ciudades experimenten una transformación y se adapten a las formas diferentes que los habitantes tienen de estudiar, trabajar, comprar, disfrutar, desplazarse, etc. creando espacios urbanos vivos, habitables y seguros, dotados de servicios, en los que la confianza de lo conocido y la proximidad hagan la vida más fácil a las personas, a todas las personas.