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«Frei Otto nos deja muchas lecciones para la arquitectura contemporánea»

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Martha Thorne (Rochester, Nueva York) conoce a la perfección España, su cultura y su arquitectura. A su larga estancia en nuestro país une su labor docente en IE School of Architecture & Design, institución de la que es actual decana adjunta para relaciones externas. Martha Thorne es además directora ejecutiva del Premio Pritzker, el mayor galardón que se concede de forma anual en el mundo de la arquitectura. Es por ello que su análisis del modo en que se ha desarrollado la arquitectura en nuestro país combina la visión más crítica con la pasión que reflejan sus palabras al referirse a España y a sus ciudades. Una emoción que contagia al hablar de su trabajo al frente del Premio Pritzker y especialmente al referirse a Frei Otto, el último galardonado.

Texto: Lucas Manuel Varas Vilachán
Fotos: Marisa Sardina

¿Cómo es ese proceso de venir de una cultura como la americana, una de las cunas de la arquitectura contemporánea, a España?
Creo que responde a las inquietudes que tiene todo el mundo cuando es muy joven. Terminas una carrera y quieres  descubrir mundo, ver para qué han valido todos esos años.

Entonces vine a Europa, y por suerte tenía amigos en España. Venía para dos años y al final me quedé muchos más. En Estados Unidos, en Philadelphia, estudié urbanismo. Estaba en la escuela de Bellas Artes, junto con arquitectura, diseño urbano y paisajismo, en la carrera se combinaba historia urbana con economía, temas de diseño, arquitectura… No era una carrera politécnica como en España, pero más enfocada a la ciudad y de una forma global. Cuando llegué a España por primera vez mi punto de referencia era la arquitectura y los arquitectos, y comencé a colaborar con gente de la profesión.

¿Qué país te encontraste entonces?
Era un momento muy interesante. Era la nueva España democrática, un país con muchas ganas de hacer cosas, había un espíritu de optimismo. Hubo la oportunidad de participar en concursos y la administración tenía la necesidad de realizar proyectos en el ámbito público. Los arquitectos tenían una formación bastante completa y entendían la arquitectura más que simplemente como edificios para un propósito funcional. Tenían ese optimismo de contribuir a una nueva España, a la ciudad, de decir algo mucho más allá de la mera función del edificio. Fue una época muy interesante y bonita.

¿Cómo fue tu vuelta a Estados Unidos?
Volví a Estados Unidos en el 97, porque me ofrecieron un trabajo en el museo de Chicago. Por un lado estaba muy a gusto en España, pero por otro una ciudad como Chicago y la formación que podría recibir en un museo, la posibilidad de profundizar más en temas profesionales me atraían mucho. Me podía venir bien y fue magnífico. Pero tras unos diez años en Chicago, decidí volver a España en 2008.

¿Te encuentras un país diferente al que dejaste?
En términos de arquitectura, la escala era distinta. Cuando volví, los proyectos eran de infraestructuras. La envergadura de esos proyectos era mucho mayor: estaciones para el AVE, puentes, la operación Madrid Río… Lo que veía es que se había cambiado de escala, pasando de edificios para servicios urbanos a proyectos de infraestructuras. Lo cual que era lógico en un país en desarrollo.

Sin embargo estalla la crisis y muchos de estos proyectos son cuestionados.
Aquí se solapan varios fenómenos previos a la crisis. Por un lado, lo que comentaba de la mayor escala de los proyectos. También creo que los políticos vieron el gran poder de la arquitectura como símbolo del futuro o de su visión de las cosas. Personalmente creo que se encargan proyectos fuera de escala y tenemos ejemplos en muchas ciudades. Proyectos cuya localización, tamaño u objetivos no estaban basados en la realidad del momento o en las necesidades reales. Se hacen proyectos más por su valor simbólico, esperando que sean un motor económico o atracción turística, que para una necesidad real de una comunidad. Es una pena que se hayan hecho muy buenos edificios pero sin pensar en su uso y programación después de su inauguración, que es lo crucial. Son decisiones equivocadas, normalmente con un componente político. Estos “errores” han hecho que el ciudadano se haya vuelto más crítico.

¿Cómo fue la comunicación a Frei Otto de su elección como último ganador del Pritzker?
El procedimiento normal es por teléfono, pero en esta ocasión lo hice personalmente. Frei Otto, a pesar de sus 89 años tenía una mente estupenda, pero por delicadeza lo más correcto me pareció ir a visitarlo. Con la disculpa de que mi escuela de arquitectura estaba muy interesada en temas de estructuras solicité la visita, y así pude viajar a Stuttgart y comunicarle personalmente que había ganado el Pritzker.

¿Con qué te quedas de la obra de Frei Otto?
Su obra y su papel en la arquitectura son muy relevantes. Fue un genio, un innovador, una persona sumamente creativa, capaz de ver procesos en la naturaleza y cómo esos mismos procesos se podían adaptar para cuestiones estructurales. Su actitud frente a la arquitectura era la de ese proverbio que utilizaba Glenn Murcutt de “pisar ligeramente la tierra”. Otra cosa que vemos en él es una relación distinta, no tan fragmentada, entre arquitectura e ingeniería, instauró unas fronteras borrosas.

Fue realmente un pionero, y algo muy bonito son las muchas lecciones que su obra nos da hoy en día para la arquitectura contemporánea. Por ejemplo esa idea de temporalidad, hay cosas que deben estar un tiempo y luego cambiar o desaparecer. La idea de sostenibilidad en el sentido de usar el mínimo necesario para dar cobijo.

*Lee la entrevista completa en el número 104 de NAN Arquitectura y Construcción

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